Por Caturo

Ilustraciones: Julian Arango
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El día está pintado de gris. Una lluvia suave y una briza que alcanza a desplazarla como pequeñas plumas, poco a poco empapa a quienes no tienen carpa para protegerse. Es posible que suspendan el viaje, es el comentario de varios pasajeros; el mar se está poniendo bravo, cada vez está más picado. El río Valle sale al mar por una pequeña boca custodiada por un longo de unos cinco metros de alto que exige una especial pericia de los marineros y motoristas para abordarla. Los pasajeros, embarcados, esperan a que el capitán de la embarcación considere que la marea ha subido lo suficiente para sacarla sin encallar. Hay nervios, las lugareñas con hijos de brazos saben que la salida al Pacífico es peligrosa y con la amenaza de tormenta los nervios alertan a los más conocedores.
La marea logra poner a flote las lanchas del lugar y el funcionario del parque natural nacional Utría se embarca y pone en marcha el motor. Después de acelerar al máximo cual caballo encabritado, la embarcación se lanza sobre las olas gigantes que amenazan con partirla en pedazos por su atrevimiento con las juguetonas expresiones de la colosal naturaleza. El piloto busca las crestas de las olas con maestría, es el domador de esa fiera enardecida; los pasajeros estamos atentos a que timonee bien, que evite al máximo esos brincos que nos sacan de las sillas y nos devuelven aporreando la columna. Empieza la noche, se hace más difícil conducir la lancha, nos informan que estamos entrando al rio Jurubirá; en treinta minutos estaremos en Jurubirá india, en el río los nervios se relajan, descansamos de la tormenta marina.
Ahora sí reunidos en un tambo, hace poco llegaron veinte jóvenes del Baudó para llevar la carga, la salida será a las cinco de la mañana dice Gudiela, lideresa de la comunidad; nos hace conocer los preparativos para la jornada de la travesía de la costa a la comunidad de Santa María de Condoto, poblado más cercano a las cabeceras del río Baudó. Gudiela presenta a sus hijas, la mayor terminó el Bachillerado en Jurubirá de los Afros, en la boca del río, y busca quien le facilite estar en Medellín para que trabaje, puede ser en una casa de familia y continuar estudiando. Como ella son cuatro los bachilleres de este año que buscan cómo continuar estudiando en Medellín o en Quibdó.
La proximidad del recorrido desde la costa pacífica, selva adentro, hasta el caudaloso Baudó despierta fantasías y expectativas nunca antes sentidas; hacen correr un mensaje: hay una pendiente muy pronunciada de más de una hora con riscos a ambos lados, tener mucho cuidado. El aguacero no ha cesado en toda la noche, el río está crecido como nunca, los cargadores pasan con sus motetes de una o dos arrobas tapados con plásticos, los funcionarios del parque Utria salen entre los primeros. A las dos horas de camino los guías se declaran perdidos, los arroyos normales que se atravesaban fácilmente ahora son caudalosas corrientes que obligan a los primeros caminantes a buscar por dónde pasar aguas arriba. Los guías y cargadores embera reunidos entre chistes y risas buscan soluciones a la pérdida del camino, los demás estamos a su tutela. Deciden hacerse a bejucos grandes para desafiar los pasos más difíciles, haciendo cadenas entre varios de estos jóvenes que, entre otras cosas, es la primera vez que salen de la comunidad.
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Parecen creaciones fantásticas, cualquier desprevenido siente la energía transmitida por esos personajes salidos de la selva como una creación mágica de sus espíritus; vienen del río Capa, afluente de la parte alta del río Atrato. Allí resistieron a la embestida de los españoles sus ancestros citaraes; muchos huyeron para la costa pacífica y las cabeceras de las vertientes aguas arriba y aguas abajo. Sus atuendos y pintura corporal tradicional la exhiben con majestuosidad los hombres con sus guayucos y las mujeres su paruma; hoy fueron convocados a compartir sobre sus dioses, su pensamiento, su espiritualidad. Los presentes extasiados escuchamos ese idioma creado por ellos, Emberá bedea, y en un ritual donde solo se les escucha a ellos y a los traductores nos sentimos de momento en su mundo sagrado. “¿Será posible que todavía existan culturas que vivan en estas selvas chocoanas conservando su espiritualidad, sus conocimientos?” -me pregunto – y se crea en mí una especie de obsesión por compartir con esas culturas nacidas dentro de esa maravillosa diversidad en un territorio olvidado en las profundidades de la selva del departamento del Chocó, donde la “civilización” no las ha deteriorado tanto.
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Achito es hijo del río Dubasa, de la comunidad de Catrú, medio Baudó, donde los sacerdotes claretianos establecieron un internado, en los años 50 del siglo pasado, para civilizar con su labor de misioneros a los diferentes asentamientos de Emberá dóbida del río Baudó; las monjas teresitas también evangelizan y enseñan a vestirse a las mujeres en las cabeceras de los ríos del Pacífico. Pascacio tiene la oportunidad de estudiar prácticas agropecuarias, lo que le permite vincularse pronto como instructor del SENA para trabajar con comunidades de su cultura. Todos sus hijos, y varios paisanos de Catrú, alojados en su vivienda de Medellín, terminan sus estudios universitarios y se vinculan a actividades de organizaciones regionales y nacionales de pueblos indígenas. De “la Colombia profunda” aspiran salir los jóvenes para vincularse a la cultura occidental, así escalan reconocimiento en sus comunidades si de pronto tienen que regresar, lo hace la inmensa mayoría, porque esa cultura no los incluye.
Achito me invita a trabajar con comunidades Emberá dobida del corregimiento El Valle del municipio de Bahía de Solano. Allí, en las cabeceras del río Valle, las comunidades de Poza Mansa, El Brazo, y Boroboro habitan un territorio de 60 000 hectáreas que traslapa en 40 000 con el Parque Natural Nacional Utría; otros ocho caseríos de Emberá dobida comparten este hermoso territorio donde la naturaleza se ha engolosinado creando vidas y aguas en el río Valle, el río Bojayá, el río Baudó, entre otros. Caminar desde Valle arriba a Bahía de Solano y la confianza que brinda la amistad de los embera permite acariciar la posibilidad de algún día poder llegar al mágico mundo de la cultura en el Baudó.
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Oralia, Indira, Anira, Anita, Aristóbulo, Arnobio, Enésimo, Huesito, Juvenilio, Hermey, niños, jóvenes, mujeres adultas, hombres adultos; toda la comunidad se siente convocada para hablar de su historia, de sus dioses, de sus orígenes, de cómo han cambiado de vivir dispersos a la orilla de los ríos donde la caza y la pesca, los bejucos, los materiales del bosque eran posible para todos, a vivir en caseríos todos concentrados, ahuyentando los animales de su entorno. Así, las fuentes de proteína se hacen más lejanas, hay que traerlas de pueblos lejanos como Nuquí o Quibdó, pero también el arroz, el azúcar, la panela, el aceite, elementos de aseo, ropa y material para sus atuendos, como parumas, chaquiras, herramientas en general. Cumplimos un mes de encuentros comunitarios todos los días para escuchar en el idioma propio, el emberá bedea, los conocimientos de los ancianos sobre medicina tradicional, construcciones, rituales, su pintura corporal, la danza, los tejidos, los trabajos en Oquendo. Arnobio, de ochenta años, primer maestro de esta comunidad, al narrar sobre la educación, se refiere al antropólogo lingüista Mauricio Pardo que hizo un trabajo de investigación de la lengua embera y con el pintor Luis Alfonso trabajaron cartillas de lectoescritura en Emberá bedea y la distribuyeron en escuelas de varias comunidades y en ninguna comunidad las utilizan con reconocimiento. Se habla de las relaciones con otras culturas, especialmente con los afros, el gobierno, la autoridad, la alimentación, cuando no tenían que traer nada de fuera, la sal también se conseguía por acá.
“El referente de vida es el que llevan los misioneros y misioneras; después de una resistencia de siglos los jóvenes bachilleres, “educados por los misioneros”, son nombrados como maestros en sus comunidades para dar las clases en emberañol, ni emberá ni español, y se convierten, por su posición económica, en referentes de calidad de vida, y la autoridad, antes en los mayores, ahora la tienen los maestros bachilleres pues se cree que ahora el conocimiento lo tienen ellos. “Desde que llegó la escuela, los mayores no tenemos conocimiento, dejamos de tener autoridad, ahora nos morimos de hambre porque no producimos, no somos capaces de trabajar”, dice Arnobio al reconstruir la historia, el papel de autoridad de los mayores.
Y continua Arnobio: “Ahora la alimentación hay que traerla, así como la ropa, zapatos, herramientas; nos han castrado la posibilidad de vivir de lo que nos brinda la naturaleza. Dependemos de los que nos han civilizado, nos transformaron en culturas inútiles, les pertenecemos con todo y nuestro territorio”.
“Hemos sido hechos, deformados, por una cultura que se ha creído superior. Nos han destruido el pasado, nuestros dioses, cosmovisión, idioma, costumbres alimentarias, de vestido. Han hecho que nos neguemos, que no seamos más que sus instrumentos para terminar de destruir lo que nos queda de identidad, de conciencia de quiénes somos”.

Un comentario en “Otros dioses han reemplazado nuestra espiritualidad”