La imaginación es la fuente inagotable de recursos con que la naturaleza (ella misma agotable) ha dotado a los seres humanos. Con ella por delante hemos enfrentado a lo largo de la historia los problemas de supervivencia que nos han amenazado y hemos ideado las más diversas formas de organización social buscando ir más allá de la simple supervivencia, en pos de la justicia, la libertad y la felicidad. Gracias a la imaginación los seres humanos no estamos condenados a aceptar como naturales ni siquiera el entorno físico en el que vivimos y mucho menos el orden social vigente en cada caso. Desafortunadamente, también la ambición de poder y riqueza ha sido fuente inagotable de maldad, en la cual hemos subordinado la imaginación y la creatividad al propósito de dominación de la misma naturaleza y del ser humano, haciendo de este mundo maravilloso un verdadero infierno.
No obstante, en esta capacidad de imaginar y en la creatividad que ella despierta sigue habitando la posibilidad de construir un mundo mejor, donde la felicidad, guiada por los ideales de justicia y libertad, sea posible para todos. De hecho, la imaginación genuina es ella misma una manifestación de inconformidad frente a las condiciones vigentes y, por tanto, es la primera expresión de libertad y rebeldía.
Por desgracia, el sistema capitalista ha puesto todos los recursos y energías de la naturaleza y todos los atributos y potencias de los seres humanos en función de la acumulación de capital, es decir, en función de la muerte. La imaginación y la creatividad humanas, ahora rebautizados como “innovación”, se materializan hoy, principalmente, en instrumentos y procedimientos para el asesinato y opresión de pueblos enteros: armas químicas de destrucción masiva, bombas nucleares, drones de guerra a través de los cuales soldados que cumplen horarios de oficina disparan desde allí contra multitudes en ciudades pobres como si estuvieran jugando Nintendo.
También la creatividad que sirve al propósito de incrementar la productividad del trabajo tiene sobre los individuos y pueblos el mismo efecto que las armas de guerra; aunque sus resultados solo se hagan evidentes en el mediano y largo plazo, son tan devastadores como una guerra nuclear. El resultado puede resumirse en el cambio climático, que ha hecho desaparecer millones de especies, reduciendo enormemente la biodiversidad y la estabilidad de los ecosistemas, poniendo en riesgo la supervivencia de la humanidad (en función de lo cual, supuestamente, tienen sentido todas las innovaciones) y posiblemente la vida entera en el planeta. Todo ello implica una crisis de civilización que obligaría a una sociedad sensata a replantear el ritmo y la dirección del progreso y a transformar radicalmente nuestra forma de vida; en lugar de eso, el capitalismo, apelando nuevamente a la creatividad y a la imaginación, en este caso de los publicistas, nos crea un mundo virtualmente perfecto, donde la felicidad está al alcance de todos con solo seguir produciendo y consumiendo de forma irracional.
Salir de este círculo demanda una imaginación radicalmente nueva; una que nos permita liberar a la imaginación misma de las garras del capital y de la ilusión de que el progreso técnico es por sí mismo aliado del progreso social y moral de la humanidad. Hoy mismo, al tiempo que avanza aceleradamente la innovación tecnológica, la imaginación orientada a descubrir formas nuevas de organización social y política, sistemas éticos fundados en la libertad genuina o relaciones económicas más humanas, parece menguarse cada vez más, acaso como evidencia de agotamiento físico o de resignación moral. Las mismas organizaciones de los sectores populares parecemos a veces repetirnos tercamente en el discurso dogmático y sobre todo en las formas de movilización y resistencia, ya neutralizadas o apropiadas por el poder y la violencia de las instituciones y las élites.
Pero, como decíamos al comienzo, la imaginación es una fuente inagotable de recursos, y la creatividad es la materialización de esos recursos en soluciones concretas a problemas sociales. Aún en las condiciones más adversas siempre nos queda la imaginación y la creatividad, a condición de que la pongamos en función de la vida y en la exploración de formas de resistencia individual y colectiva novedosas y cada vez más difíciles de neutralizar. En este sentido, la imaginación es radical cuando nos ayuda a vislumbrar el infierno en este mundo y las posibles salidas de él. Es radical cuando sabemos que un mundo futuro realmente nuevo no existe y no surge como desarrollo natural del actual, por ello hay que inventarlo. Ser creativos justamente es crear algo completamente nuevo, que hasta entonces solo existía, de manera intuitiva, en la imaginación.
No solo el mundo por construir es radicalmente nuevo y distinto del orden vigente hasta
hoy, sino los medios a través de los cuales debemos construirlo. Porque no podemos combatir el reino del capital con los mismos recursos que este ha desplegado históricamente para consolidarse y reforzar los mecanismos de sometimiento e instrumentalización. Una sociedad libre e igualitaria no puede construirse con los mismos medios que refuerzan la esclavitud y las más terribles desigualdades.
Esos medios radicalmente diferentes no hay, sin embargo, que inventarlos de la nada, así como el sueño de una sociedad sin clases no nació con nuestra generación. Cada generación de oprimidos ha alimentado este sueño con su propio nervio y ha explorado las más novedosas formas de resistencia. Aunque estas hayan sido aplastadas por el poder avasallador de la violencia de clase, no por ello dejan de ser útiles y legítimas: hay que actualizarlas en nuestro contexto, reinventarlas y renovarlas. Así, podemos apelar a las formas de economía solidaria que desde el principio los pueblos han opuesto a la depredación capitalista; a las formas primitivas de organización comunitaria, como contrapartida del poder impuesto desde afuera; a las expresiones culturales y artísticas que emergen naturalmente de la vida colectiva en oposición a su forma mercantil; a las formas de comunicación popular o naturales desarrolladas por pueblos antiguos, etc., no para copiarlas sino para actualizarlas, mejorarlas y liberar su potencial emancipatorio. En todo caso, esta imaginación y creatividad deben ayudarnos hoy a descubrir y a implementar los más diversos mecanismos individuales y colectivos para romper la dependencia que somete toda la actividad humana al mercado, para destruir la primacía del capital sobre la vida. Ahí se expresa la fuerza de nuestra imaginación colectiva y de la creatividad humana, que trascienden no solo el contexto individual sino el generacional, en pos de la realización del viejo sueño, siempre vigente, de la humanidad liberada: la felicidad.