Soy una mujer negra, discapacitada y lesbiana: ¿soy un monstruo?

Por Alejandro Roque

Ilustración Nube Voladora

Hace poco tuve la oportunidad de participar en un banquete de la Mesa Diversa de la Comuna 4; era el cierre del proyecto y se había tomado la decisión de invitar a los participantes a cenar como forma de agradecimiento por compartir y estar en el proceso de formación. Yo no hacía parte del proceso, pero conocía algunos chicos encargados de la logística del evento y tomé la decisión de quedarme a escuchar lo que habían vivido y experimentado las personas en la Mesa Diversa de la Comuna 4, también me había llamado la atención que el evento se llevaba a cabo en honor a una mujer trans que semanas anteriores había sido asesinada en la ciudad y era reconocida por sus amigos cercanos como la Gata. En el sector la pérdida fue difícil, su carisma y generosidad hacia la comunidad hacían más insoportable el transfeminicidio, su cuerpo fue hallado en su lugar de residencia el 18 de enero del 2023.

Me invitaron a tomar asiento y tuve la fortuna de compartir la mesa con 4 personas, una mujer negra, lesbiana y en silla de ruedas, un chico de 15 años que estaba experimentando su proceso de cambio de género y otros dos chicos homosexuales recién graduados de la Universidad de Antioquia. Se me hizo complejo formar una conversación, pues no los conocía y no quería ser invasivo con mis preguntas, aunque el día anterior había tenido mi clase de pedagogía, inclusión y discapacidad, y más allá de observarlos deseaba saber cómo era vivir en Medellín desde la diversidad funcional y la sexualidad no normativa.

Luego de unos minutos me presenté y les conté un poco sobre mi vida y lo que hacía en mi barrio, no recuerdo muy bien qué fue lo primero que les pregunté, pero llegamos a un momento de la conversación donde la mujer en silla de ruedas me dijo: “Espere parce, espere. Si tiene curiosidad le voy a contar una historia, un poco fuerte pero que usted, como futuro filósofo, la sabrá recibir”. Hubiera querido que no me la contara; pero, así como yo tengo que recordar, ahora ustedes la van a conocer y tal vez me odien por contarla, porque de ahora en adelante ustedes como yo tendrán la maldición de recordar sin querer:

“La historia tiene la sencillez que casi siempre tiene lo terrible. Era un domingo y había tomado la decisión de salir a recorrer la ciudad. Acepto que era un poco tarde, pero esto no es justificación alguna para lo que le voy contar; acepto también que estaba un poco sola, pero nada justifica lo que me sucedió. Mire pelado, iba hacia la estación Santa Lucía, a lo largo vi que venían tres hombres caminando y se acercaban hacia mí; después de un tiempo sentí algo raro y me pareció extraño que hablaran entre ellos como si se estuvieran contando un secreto. Pararon.

”En ese momento uno de los hombres me dijo: “Usted tan impedida y a esta hora por la calle”. Eso me molestó demasiado y entonces respondí de una forma un poco grosera: “A ustedes que les importa si yo ando o no tarde de la noche”. Uno de los hombres giró la cabeza, miró al que estaba más adelante y le dijo: “Deberíamos hacerle un favor”. De una se hizo detrás de mi silla y sentí un dolor muy fuerte en mi nuca y de ahí en adelante solo es valor agregado lo que me sucedió.

”Sí, parce, el favor que me hicieron fue violarme; ellos creían que por ser una mujer y estar en sillas de ruedas era un favor que me hacían. Perdóneme que le haya hablado de tanto dolor, de una historia que quizás, por nuestra propia salud mental, deberíamos olvidar. Ahora me queda masticar mi indignación, mi rabia, mi dolor, intento recordar cosas felices, pero me es difícil, desearía quizás hacer como en las películas, como en los Hombres de negro, tener la posibilidad de borrar recuerdos de mi memoria que me hacen daño, pero también es fundamental que las víctimas tengamos una buena memoria. Demasiada memoria. Soy una mujer ofendida y la ofendida recuerda, las víctimas recordamos”.

Ahí entendí la importancia política de escuchar, pero también de recordar, de atestiguar el dolor de lo que unos hombres, desde la estupidez humana, le habían hecho a la mujer que había acabado de conocer. No fui capaz de decirle que intentara olvidar, ese día solo me quedé en silencio y no fui capaz de cenar, ahora no puedo olvidar y no quisiera vivir de la memoria del suceso de esta mujer, no supe llevar la situación y la única salida que encontré fue llorar, lloramos. Llorar también es un consuelo, porque en estos casos no podemos jamás olvidar.

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