El ‘despoblamiento’ de Europa es una consecuencia del capitalismo

Por José David Barrera González

Fotos: Euronews

La idea de que ‘Europa se está llenando de musulmanes y de africanos’ le sonará a más de uno, y acaso se considere ya como un hecho fácilmente demostrable en lo que se evidencia, por ejemplo, en un equipo de fútbol, ya sea a nivel de clubes o de selecciones nacionales. Esta idea, llamada ‘El gran reemplazo’, se adapta a una teoría conspirativa de extrema derecha surgida en Francia, que básicamente se resume en que los franceses, y en consecuencia los europeos blancos, están siendo sistemáticamente reemplazados por musulmanes provenientes de África y de Oriente medio.

Que Francia sea vista como un país de negros e Inglaterra como uno de indostánicos no es reciente, pero sí es una cuestión que en su superficialidad oculta algo más problemático: la naturalización de las teorías conspirativas de extrema derecha, la xenofobia, y el racismo. Muchos son los que, sin vivir allí, miran aterrorizados cómo el antes limpio, pulcro y ejemplar ‘jardín europeo’, se parece cada vez más a la ‘jungla’ que representa el resto del mundo que no comparte los valores liberal-democráticos que pregona la Unión Europea. Pero, ¿por qué ocurre esto? ¿Por qué migran tantos africanos y asiáticos a Europa?

La migración por las viejas vías del capital

Desde los inicios de la humanidad, la migración y el movimiento entre distintos lugares ha sido algo natural en el desarrollo de nuestra especie. No hay culturas que no cuenten con historias de orígenes lejanos en sus cosmologías, así como grandes viajes de héroes hacia tierra prometida, y límites de los que se cruza solo en búsqueda de una mejor vida, que la tierra ya habitada no puede ofrecer. Sin embargo, las fronteras actuales de Europa viven un momento que muchos consideran diferente. Uno de ‘fuga de cerebros’ desde Europa oriental, y de ‘invasión’ desde fuera del continente.

Las causas de estos fenómenos no se resumen fácilmente con alardear de una supuesta superioridad de los valores occidentales, ni del poderío económico de países como Alemania, Reino Unido, Francia, Italia o España como algo natural, o dado por la actitud de sus habitantes. Se trata de un problema mucho más profundo que tiene a estos países como protagonistas, pues, tras siglos de ser el núcleo imperial de la tierra, la acumulación de capital que allí se concentró les permitió controlar gran parte de los destinos de la humanidad, gracias a la avaricia de las clases capitalista dirigentes. También gracias a una población que, en general, fue cómplice de esto al comprometerse con un ideal de superioridad moral, racial, social y económica que persiste hasta hoy.

La fuga de cerebros, al ser un concepto aplicado únicamente a países pobres, es llamada por ‘expertos’ como ‘fuga de capital humano’, concepto que reduce a las personas de carne, hueso y emociones, a un bien para ser invertido en la producción de bienes más valiosos. Reconocen con este y otros términos como ‘disminución poblacional, ‘reducción de la fuerza laboral’, ‘cambio en la pirámide poblacional’, y ‘reducción en la calidad de la fuerza productiva’, que los años de bonanza económica, producto de la explotación, inicialmente de su propia población, y luego de la periferia imperial, llevó a que sus propios ciudadanos pasaran de ser una clase obrera a ser en su mayoría una clase pequeño burguesa que no solo ya no sabe trabajar. Lo peor es que tampoco se preocupa por criar una familia para continuar con la cadena productiva, pero sí está ansiosa de consumir.

Las mismas contradicciones del capitalismo llevaron a Occidente a depender tanto de su periferia, que ya no sabe siquiera dirigirla sin que esta termine haciendo todo por ellos. Los migrantes, tanto balcánicos como africanos o asiáticos se ocupan en su mayoría en empleos que los europeos no quieren hacer, como vigilantes, personal de aseo, constructores, niñeras y conductores. Esto, aparte de dar la impresión de que su educación no valió nada, por la labor ejercida, y de que la socialdemocracia europeísta es funcional y autosostenible, son separados socialmente, haciendo que, en su mayoría, las clases sociales se confundan con cuestiones étnicas y religiosas.

De la misma forma que los primeros estadounidenses dejaron de trabajar para dar paso a millones de europeos a finales del siglo XIX e inicios del XX, y ahora los descendientes de estos son ‘reemplazados’ por personas de todas partes del mundo, Europa, como centro imperial anterior, pasa por el mismo proceso siguiendo las mismas rutas del capital desde las periferias hasta el núcleo imperial. Pero entonces, ¿qué ocurre allí?

Francia, ¿República islámica subsahariana?

En Francia, de donde surge la teoría, el proceso de industrialización y desarrollo capitalista del siglo XIX vio la llegada masiva de migrantes belgas, italianos, suizos, alemanes y españoles. Desde 1891, el censo francés incluyó los datos relativos al lugar de nacimiento de sus ciudadanos, evidenciando que entraron de a centenares de miles por país, y que para 1900 ya contaba con un tercio de millón de italianos. Esto se evidencia en que, por ejemplo, muchos franceses blancos famosos son en realidad descendientes de migrantes, como es el caso del futbolista Antoine Griezmann, de abuelos alemanes y portugueses, cosa que lo vuelve tan francés de segunda generación como sus compañeros Pogba o Mbappé, pero que no se vuelve problema por cuestiones raciales como sí ocurre con los demás.

La xenofobia francesa no es nueva, pues ya desde la época industrial se registran persecuciones, asesinatos y discriminación contra los demás europeos en las zonas rurales, donde a día de hoy los ‘franceses blancos’ siguen siendo la absoluta mayoría. La migración pasó entonces al ámbito urbano, siendo que para 1911, ya el 7% de la población de París, es decir, más de 200.000 personas, eran extranjeros. Y para 1931, el censo contaba 2.572.700 foráneos, en su mayoría europeos, aunque con una importante cantidad de más de 200.000 turcos y personas de las colonias. Hoy en día, cerca de 7 millones de franceses son negros, descendientes de población caribeña, africana y melanesia. Pocos al lado de los 68 millones de franceses, pero destacados al vivir casi la mitad en París, que es lo que la gente más asocia a la idea general de Francia. Lo mismo ocurre con los musulmanes que, siendo 5,4 millones, solo representan el 8% de la población total. Si bien es cierto que esta población aumentará al tener una tasa de natalidad mayor a la de las mujeres blancas francesas (1.83), lo cierto es que está lejos de ser un reemplazo demográfico como lo vende la ultraderecha.

¿Y qué tan inglesa es Inglaterra?

En la primera potencia industrial del mundo, ocurre algo similar. En 2021 se contaron 56.480.800 ingleses, con proyección aumentativa. Para 1982 la tasa de natalidad ya era de 1,76 hijos por mujer, no solo muy baja para la época, sino que refleja que el status de los ingleses como pequeños burgueses dentro de una nación imperialista ya estaba más que bien asentado. Pese a variaciones, se ha mantenido el promedio, siendo el actual de 1,61 hijos por mujer. En cuanto a qué tantos habitantes de Inglaterra son ingleses, en 2001 eran el 87,44% y en 2011 el 83,43%. Excluyendo a otros británicos y europeos del censo, las personas de origen extranjero eran el 6,91% en 2001 y el 9,36% en 2011. Para 2018, las mayores comunidades no inglesas en el país eran 832.000 indios, 832.000 polacos, 535.000 pakistaníes, 369.000 irlandeses y 309.000 alemanes.

Para 2019 la población ‘blanca europea’ era el 84,8% de la población, mostrando que el cambio no es tan sustancial ni acelerado como se piensa. Ahora bien, esta impresión es resultado de que, al pensar en Inglaterra, se piensa es en su capital, Londres, y es justamente allí en donde las cosas sí parecen ser muy distintas. Con el 43,3% de su población reconocida como ingleses blancos, y el 14,6% como blancos de otros países, el 57,9% de los londinenses blancos contrasta mucho con el 42.1% que no lo son, y con el promedio general del país que se reconoce blanco británico en un 78,4%.

Estas grandes minorías son principalmente indios, paquistaníes, y negros, estos divididos entre caribeños, africanos y melanesios, así como sus descendientes que se consideran negros británicos. Además, destaca el hecho de que solo el 2% de los ingleses se reconocen como ‘mixed’ o mezclados, con tendencia a la baja, lo que evidencia cierto sectarismo, pero no un reemplazo poblacional sistematizado.

Más que una teoría. Una realidad contada a medias

Irónicamente, el mismo autor de esta teoría, Renaud Camus, reconoce que es algo intrínseco al sistema capitalista el que la población funcione en ciclos de migración. Sus argumentos tratan conceptos como la misma industrialización, la desespiritualización y la deculturación, y aseguran que el capitalismo mismo tiende a crear con agresividad una sociedad globalista en donde los seres humanos se vuelven reemplazables, al tiempo que se incentiva la creación de sujetos sin espiritualidad, cultura o especificidad nacional, étnica ni cultural que logre imponerse sobre su utilidad en el mercado laboral. Según él y sus seguidores, no se trata de una teoría, sino de un fenómeno palpable y visible, pero que es algo inherente al sistema.

Si lo que se quiere es sostener el ritmo de crecimiento económico, la población siempre tiene que aumentar, sin importar cómo ni bajo qué umbrales étnicos o religiosos. Curiosamente lograron explicar cómo los descendientes de alemanes, italianos y españoles en Francia no quieren que los marroquíes, congoleses y haitianos tengan descendencia en ‘su país’. Pero como siempre, no les molesta que trabajen para ellos, de la misma forma que sus antepasados lo hicieron para los que en ese entonces se llamaban a sí mismos franceses.

Los ultraderechistas lograron y están logrando convencer a la gente de que algo que siempre ha sido visto como normal, y hasta positivo, como la movilización laboral producto del capitalismo, se convirtiera en un tema etnoracial y religioso, demostrando que no les importa que el otro trabaje para ellos, sino que esté en igualdad de condiciones. Eso sí, se reconoce que datos como el aumento de mezquitas, cambios en horarios laborales por celebraciones como el Ramadán, y ‘Mohamed’ y ‘Fátima’ como los nombres más populares entre los bebés, son curiosas ironías producto de años de presencia colonial en África y Asia, en donde a nadie le parece raro que haya gente llamada George o Victoria.

Son cosas que, como todo, se volverán costumbre en este mundo capitalista actual, en donde no es problema que haya más balcánicos que africanos en Alemania o Italia, pero sí que hijos de togoleses ganen mundiales para Francia. Un mundo en donde los británicos dividieron el subcontinente indio, desplazando a millones, con la ironía de que la partición del Reino Unido será negociada por un indio en representación de Inglaterra, y un pakistaní en representación de Escocia.

Para concluir

El verdadero problema radica en la extracción de superbeneficios desde las periferias hacia el núcleo imperial, pero se logra hacer ver que, si el capital está en occidente, no es porque haya sido tomado violentamente de otro lado, sino que todo lo que provenga de ese otro lado tiene la función de hacer crecer a Occidente desde sí, y que ese ‘otro lado’ con el tiempo se vuelva parte de Occidente. Un crecimiento y desarrollo que solo puede ser disfrutado por aquellos que se vean no como explotados, sino como los explotadores, o que al menos lo aparenten con dinero. La acumulación de capital no viene acompañada de tolerancia ni de integración, como lo demuestra, ya no el surgimiento sino la tolerancia a grupos y expresiones abiertamente fascistas y xenofóbicas con el poder suficiente para imponer gobernantes, como se ha visto en los últimos años en Italia, Reino Unido y Francia. Un fascismo disfrazado que oculta una realidad más preocupante, a la vez que evidencia una de las más grandes contradicciones del capitalismo: migrantes sí, pero solo si de ellos se puede sacar ingresos.

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