Por Santiago Sánchez Velásquez

Sin-documento 483 – ilustración de Imyra (Brasil) parte de la exposición RefugiArte disponible en: https://www.unhcr.org/refugiarte/es/
Ajena a las miradas de los medios, la Administración y la ciudadanía, la situación migratoria que se vive en la Terminal del Norte muestra la indiferencia y el abandono que enfrentan quienes diariamente llegan y salen de ella, en medio de su tránsito hacia la tierra del “sueño americano”. El asunto es que Medellín se ha convertido en un lugar de asentamiento temporal para personas de todo el mundo que se dirigen hacia la frontera entre Colombia y Panamá, lo cual trae implicaciones importantes no solo para la ciudad, sino para los mismos migrantes, que no encuentra una ciudad preparada ni suficiente dispuesta a brindar la ayuda que necesitan.
Los migrantes provienen de Centro y Suramérica, pero también de países africanos y del centro y occidente de Asia. Cientos de personas se aglomeran en las salas de espera e incluso en los alrededores de la Terminal, mientras encuentran la manera de continuar su trayecto hasta Necoclí para abordar una lancha rumbo a Capurganá y desde allí tratar de atravesar El Tapón del Darién, la espesa selva tropical que divide el sur y el centro del continente y en la que anualmente miles de personas pierden la vida intentando cruzar. En este punto, la Terminal, una buena parte de ellos ignora lo que significa caminar por este paso de la muerte.
Incluso entre quienes comparten este camino son visibles las profundas desigualdades que les atraviesan. Los grupos de asiáticos y africanos, aunque deben hacer frente a la barrera idiomática (pues ninguno habla español y muy pocos tienen dominio del inglés), son notoriamente menos vulnerables: la mayoría se desplaza con mucho equipaje, cambian euros o dólares por moneda nacional y pasan pocas horas en la Terminal. Por otro lado, los pasajeros que llegan desde Venezuela u otras zonas de América Latina, que son quienes más tiempo pasan en la Terminal e incluso improvisan ocasionalmente albergues a las afueras, están mucho más expuestos a la vulnerabilidad y a las condiciones de miseria que abundan en esta zona de la ciudad.
Situación crítica global
Quizá una de las expresiones más evidentes de la exposición a la vulnerabilidad en que se encuentran pueda observarse en la situación de movilidad humana a nivel global. De acuerdo con el último Informe Sobre las Migraciones en el Mundo, en 2020 ascendió a 281 millones la cifra estimada de personas que viven en un país distinto a su país natal, algunas por motivaciones familiares, laborales o educativas; y otras -la mayoría- porque se ven obligadas a abandonar su país por un riesgo contra su vida, su integridad o su libertad.
Estas son las dos caras del fenómeno migratorio: la realidad del migrante regular, que se traslada fuera de su residencia habitual de manera temporal o permanente; y la de las personas con necesidad de protección internacional, en su mayoría refugiados. Muchas personas del primer grupo migran porque en sus territorios ya no existen oportunidades económicas que les permitan mantenerse. Los últimos, en cambio, ven amenazada la permanencia -o aún la supervivencia- por motivos políticos, sociales, culturales, económicos o de género en sus países de origen, y su única opción entonces es desplazarse en busca de condiciones dignas para continuar con sus vidas.
Ante la realidad que enfrentan éstos últimos, diversos organismos internacionales y fundaciones realizan reiterados llamados a los Estados para garantizar los derechos y el tránsito seguro de quienes se movilizan en búsqueda de protección. Sin embargo, aunque sus esfuerzos por atender la situación se enfoquen en ofrecer ayuda, resguardo y asistencia médica, la persistencia de los contextos bélicos, el hambre, la miseria, la inseguridad y la inestabilidad política que amenazan a los países del tercer mundo continúan arrojando a millones de personas a solicitar lo que se ha denominado la condición de refugio.
Un paso sin garantías
La ciudad, indiferencia a toda esta situación de vulnerabilidad que motiva a las personas a atravesar continentes enteros -a veces hasta caminando-, ha tomado medidas muy tímidas para facilitar el ingreso y la salida de aquellos a quienes sigue considerando un problema. Muestra de ello son los más de siete mil haitianos que debieron regresar a la ciudad en septiembre de 2021 al no poder cruzar por el Darién, para quienes la Alcaldía dispuso de vehículos que les trasladaron de una Terminal a otra, sin preocuparse siquiera de si existían condiciones de retorno seguro a los lugares donde residían antes.
Una expresión más de la xenofobia latente y de lo poco dispuestos que estamos a acoger e integrar a las personas extranjeras es la exposición que padecen éstas ante los propios conflictos sociales de la ciudad. Personas que, aunque no desean permanecer en Medellín, se encuentran varadas en su camino hacia el norte y deben intentar sobrevivir a las hostilidades propias de una sociedad con índices de criminalidad y delincuencia desbordados.
Jorge Calle, fotógrafo y fundador de Everyday Homeless, advirtió la situación de extrema vulnerabilidad en la que conoció a muchos extranjeros que se dirigían hacia el cruce del Darién. La mayoría, alcanzados por el infortunio de ser extorsionados o despojados de sus equipajes y recursos, terminaron en las calles enfrentando los prejuicios que conlleva sobrevivir a partir de la mendicidad o la informalidad.
¿Cuál es el destino?
No es recorrer las playas del Urabá antioqueño desde Necoclí, ni vacacionar en el paraíso turístico de Capurganá, mucho menos atravesar la frontera con Panamá para conocer el canal que enlaza los dos océanos que rodean Centroamérica. No. Su destino es otro. Se dirigen hacia la “tierra de la libertad”. Buscan alcanzar el sueño americano que irónicamente solo es posible más allá de la frontera estadounidense. Motivados por la fantasía que ondea en forma de barras y estrellas, la promesa de una vida justa y sin dolor, emprenden el camino dispuestos a dejar atrás lo que sea, a veces incluso su propia vida.