Editorial No 85: Integrar la lucha obrera en la lucha general contra la opresión

«El Campista» – Fernand Leger

Es bonito salir a las calles el primero de mayo envueltos en la multitud de trabajadores (muchos de ellos desempleados) y sentir el fervor de la lucha y la fuerza de esa multitud que te convence de que la revolución realmente es posible; muchos esperamos incluso con ansia ese día para volver a ver viejos amigos y amigas de lucha que no hemos visto por mucho tiempo, pero que encontraremos allí porque es una cita sagrada en la que se renueva nuestro compromiso con la resistencia. Es, en definitiva, un ritual hermoso y necesario. Pero los rituales también se vacían de espíritu cuando no se renuevan y cuando en la práctica no se actualizan. Llega un momento en donde las consignas ya no parecen decir nada y nuestro grito ya no asusta a nadie.

Actualizar la fiesta de los trabajadores no es otra cosa que actualizar la lucha, dinamizarla en el presente y transformarla de acuerdo con las nuevas condiciones reinantes. En este caso, quisiéramos que la conmemoración del día de los trabajadores no se limitara al primero de mayo ni a la marcha tradicional, de la cual salimos nuevamente para nuestras casas y volvemos al día siguiente a la cotidianidad del trabajo o del rebusque, como si nada hubiera pasado. La memoria es algo importante, pero no aquella que se queda en la conmemoración, sino la que nos trae al presente las luchas del pasado y el sufrimiento de las generaciones que lucharon por la libertad y la justicia y nos legaron sus anhelos, su tenacidad y esperanza, todo como un acicate para terminar lo que ellos empezaron.

Podríamos empezar por preguntarnos cuáles conquistas del movimiento obrero en el pasado hemos conservado, cuántas hemos sumado en tiempos recientes y cuántas nos han sido arrebatadas. Preguntarnos, por ejemplo, qué tan diferentes son las condiciones en que se desenvuelve la lucha de clases hoy de aquellas en que los obreros lograron la reducción de la jornada de trabajo a ocho horas, y preguntarnos, además, cómo incide esa diferencia en las propias formas de lucha hoy. Tal vez una forma de actualizar la conmemoración de la lucha de los mártires de Chicago pueda ser convocarnos al estudio de las condiciones actuales de lucha, al análisis de quién es realmente el obrero hoy y si, efectivamente, sigue encarnando al sujeto revolucionario como creyeron en su tiempo los más grandes dinamizadores de la lucha obrera.

Vale la pena recordar que, aunque Marx y la mayoría de líderes revolucionarios del siglo XIX estaban convencidos de la fuerza revolucionaria de la clase obrera, tenían claro que esta clase no se determinaba solo por el hecho de estar sometida a la explotación, que agudizaba cada vez más la precarización de las condiciones de vida de los trabajadores, sino, sobre todo, por la conciencia de la opresión y el compromiso con su superación. Por eso necesitamos preguntar por qué en un momento en que la precarización laboral, el desempleo, la conversión del trabajador en instrumento desechable se hace evidente de una forma dramática, los seres humanos parecemos más cómodos con el sistema y menos dispuestos a confrontarlo.

Hoy podemos reconocer que la lucha de clases no se reduce a la lucha de los obreros contra una burguesía que, al parecer, se comporta de manera pasiva, esperando el momento de su derrocamiento y destrucción. Es todo lo contrario, si alguien está activo en la lucha de clases las 24 horas de los 365 días del año es la clase burguesa. Y esta lucha la libra en todos los planos de la existencia, desde la configuración de la familia, el control del Estado, la orientación de las instituciones (sobre todo las educativas), la monopolización de los medios y de las formas de comunicación, hasta el sabotaje de los procesos organizativos y formativos de los sectores populares. Así, la burguesía moldea la conciencia de la sociedad en su conjunto, tal como lo denunció Marx al afirmar que la clase que dominaba materialmente imponía también la ideología dominante. Por eso vemos hoy de qué manera la derecha en Colombia y en el mundo puede movilizar a los sectores populares en defensa de los valores y los intereses burgueses, aun en contra de los propios intereses de los pobres y marginados; entre tanto, cada vez se dificulta más a las organizaciones populares movilizar a la gente de una manera sostenida, exigiendo las reformas que conduzcan a un orden de justicia y libertad plenas.

Y no es solo que la clase dominante imponga su ideología, sino que la conciencia en general de los individuos que integran una sociedad emana casi de manera espontánea de las condiciones materiales en que viven, de la forma de organización de la vida en esa sociedad. En cambio, la conciencia de la necesidad de transformar el orden de cosas establecida no surge de manera espontánea, sino a través de un ejercicio colectivo de confrontación con el mundo actual y lo que supuestamente promete para todos; surge del reconocimiento de la imposibilidad de esta forma de organización social para cumplir con sus promesas. Reconocimiento que lleva al convencimiento de que la justicia, la libertad y la abundancia solo se dan en este mundo para unos pocos, a costa de una injusticia estructural que condena a la mayoría a la opresión, miseria e ignorancia (aunque ilustrada) de sus propias condiciones de existencia. El consumismo, necesario para la acumulación de capital, es también, por ejemplo, la manera en que el sistema ha incorporado a los sectores populares en el sueño de que los valores defendidos por la burguesía pueden materializarse para todos.

Esto quiere decir que el sujeto revolucionario no surge espontáneamente de las condiciones de opresión en las que se ve inserto, sino, todo lo contrario, de la lucha sistemática de confrontación con estas condiciones, tanto en las movilizaciones, los paros, las huelgas, como en la construcción colectiva de una conciencia crítica que capacite a los sujetos así determinados a saltar por encima de sus propias condiciones y construir una sociedad que ya no se funde en la opresión de ningún tipo, sino que haga posible la libertad y la justicia para todos y todas. Esta conciencia crítica debe llevarnos al reconocimiento de lo que es evidente, pero que por el ofuscamiento de nuestra conciencia ideologizada no reconocemos: que los obreros casi nunca somos solo obreros. También somos, al mismo tiempo, mujeres, negros, indígenas, divergentes sexuales, colonizados, etc.; es decir, sufrimos al mismo tiempo múltiples opresiones que tienen todas ellas su origen en la forma de organización de la vida social en el capitalismo. No es que el capitalismo haya engendrado el machismo, la homofobia y el racismo, sino que articuló a su favor y de una manera sui generis todas las estructuras de opresión con las que se encontró en su nacimiento.

Una forma, entonces, de actualización de la lucha obrera es su integración con las diversas luchas de opresión, no como si le hiciera el favor a los que reconoce como otros sectores oprimidos, sino porque encarna todas las opresiones y, a la vez, todas estas luchas avanzan contra una estructura social que se sustenta en la opresión en general y la promueve de múltiples formas. La lucha contra el sistema de injusticia en el que vivimos es efectivamente la lucha contra la opresión en sus múltiples manifestaciones, y si tiene al movimiento obrero como protagonista es solo en la medida en que este se construye como tal en la lucha (que también incluye la construcción de una conciencia crítica) y reconoce en sí mismo y en otros sujetos la encarnación de una diversidad de opresiones e injusticias.

«Mural – Gleo»

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