Perú: las ominosas patrañas de una dictadura

Por Fredy Márquez Véliz

Manifestantes reunidos el lunes en la región andina de Puno en apoyo a Pedro Castillo, el expresidente que fue destituido. Foto: Juan Carlos Cisneros/Agence France-Presse— Getty Images

El punto más elevado y significativo de las manifestaciones contra el gobierno peruano, se produjo cuando las comunidades del sur del país decidieron enviar a miles de ciudadanos a las calles de Lima, a desmentir en directo las noticias de la prensa concentrada, que afirmaba que las protestas eran auspiciadas por el terrorismo, el narcotráfico o el expresidente boliviano Evo Morales. La ciudad se vio convulsionada y en las zonas residenciales no tuvieron otra alternativa que soportar, con poco agrado, la presencia de peruanos vestidos con sus trajes típicos, tocando y cantando nuestra música milenaria.

Un congresista, en declaraciones a la prensa, sostenía que no debería permitirse la llegada a Lima de ciudadanos del sur del país, si antes no justificaban la razón de ser de su viaje; otro “padre de la patria”, el mismísimo ministro de educación, sostuvo que las indígenas que protestaban con sus hijos en la espalda eran poco menos que animales. Racismo puro y duro. Sospechamos que ambos idealizaban, en su odio, las reservaciones de indios en Estados Unidos, como forma de apuntalar la democracia y la tranquilidad social en nuestra patria.

¿Qué es lo que ha sucedido en realidad? Por primera vez en nuestra historia republicana, las comunidades andinas han asumido un papel notable en las manifestaciones políticas contra una minoría elitista y conservadora, además de clasista. Se registran levantamientos, protestas y luchas contra el racismo, pero no de esta envergadura, en su capacidad movilizadora, organización y perdurabilidad. En este periodo, se destaca el importante papel de la mujer andina, que lleva bajo sus hombros la responsabilidad de la economía y el hecho de estar en la primera línea de la protesta.

Vivimos un mundo ficticio, edulcorado convenientemente por el centralismo y la realidad que nos describen todos los días los pregoneros del capitalismo, mientras en la entraña misma de los Andes se mantiene la relación comunitaria, heredada de nuestros ancestros. Es sorprendente la visibilidad que ha tenido esta forma de convivencia, gracias a las redes sociales, porque le han demostrado al mundo, descarnadamente, el nivel de contradicciones antagónicas que existen en nuestra sociedad.    

¿Y el liderazgo?

La vanguardia de la respuesta popular peruana contra los gobiernos entreguistas le correspondió, el siglo pasado, al movimiento sindical, a las organizaciones populares y estudiantiles, que, trabajando en conjunto, protagonizaron los levantamientos más importantes. Lastimosamente, la llegada del neoliberalismo y su Constitución espuria de 1993 trajo consigo, entre otras cosas, el intento de destruir las organizaciones sindicales. No pudo conseguirlo, pero las debilitó considerablemente. En ese momento de crisis, aparecieron numerosas ONGs que, a la larga, cumplirían un nefasto papel, en cuanto a identidad política se refiere. Concertados con la Organización Internacional del Trabajo y el nuevo orden sindical en el mundo (CSI contra la FSM), aparecieron con el supuesto intento de recuperar la estructura sindical para los trabajadores, como soporte fundamental de la lucha contra el statu quo. Nos ofrecieron un interesante menú de cursos que servían para defender al sindicato, en sus relaciones económicas con la empresa, sin embargo, sobre el aspecto político, que es medular en nuestra institucionalidad para tener visión de futuro, no se dijo nunca nada. Surgieron con esta educación socialdemócrata, nuevas camadas de dirigentes sindicales despolitizados y desideologizados, que unidos a una gerontocracia sindical revisionista y defensora de sus prebendas, no consiguieron ni el apoyo ni el afecto de los trabajadores. Aun así, el

sindicalismo clasista se encuentra muy bien parapetado en algunos sindicatos, que mantienen la tradición de la central fundada por José Carlos Mariátegui. Son un ejemplo para seguir

Otro tanto sucede con las universidades nacionales. Los estudiantes, de extracción popular, se preparan para ser competitivos en el mercado laboral y no para transformar la realidad. Han perdido su capacidad para la rebeldía. Ni siquiera la ilegal intervención de la Universidad de San Marcos en Lima, los ha despercudido de su modorra; su nula participación en los sucesos que conmueven a nuestra patria ha llamado la atención significativamente.

Sin paz y contra las mayorías de Perú

Con esta paz de los cementerios que es una ficción, pues el país sigue amordazado, militarizado y con la policía gatillando sus armas; aunada a la parcial tregua que el pueblo se ha dado para repensar la táctica, el gobierno se ufana de haberle devuelto la institucionalidad al país y se prepara para cumplir íntegramente el periodo para el que dice que fue elegido, es decir, hasta el 2026. Lo hace contra la voluntad de la mayoría y contra su propia palabra, porque el compromiso explícito de los que están en los poderes del Estado era llamar a elecciones en este año o a más tardar en el primer trimestre del que viene.

A tenor de lo que viene aconteciendo políticamente, el mensaje es claro: no van a renunciar. Como lo vienen haciendo desde hace años, se han dedicado muy sutilmente, como clase, al trabajo de copar el Poder Judicial, el Tribunal Constitucional, y ahora desean quitarle imparcialidad al Jurado Nacional de Elecciones para poder, eventualmente, manipularlo según sus intereses. El fin es eternizarse como propuesta ideológica de gobierno. Lo han conseguido parcialmente y ese pequeño y transitorio logro los envalentona tanto, que los hace salir de la realidad. Sus crímenes no son olvidados y más temprano que tarde serán sancionados por la justicia nacional, que sería lo ideal, o la internacional que será infalible, sin la menor duda.

El futuro

El panorama electoral entonces se presenta un tanto sombrío, no tanto por el tiempo en que demorarán las elecciones, pues estas llegarán sí o sí; el problema es a quién elegir. La realidad ha desnudado las flaquezas de una representación de izquierda que llegó remendada a las elecciones y, gracias al voto escondido, por primera vez asumió el gobierno. No obstante, debido a los errores señalados, nunca contrastó al verdadero poder que aún sigue en manos de la ultraderecha fascista. En la mayoría de los casos, fue traidora a los principios partidarios y traidora a sí misma. Se fraccionó y abierta o indisimuladamente trabajó en favor de la reacción. Ahora el pueblo los desprecia, no quiere saber de ellos. La prueba está en que no se les permitió ni se les permite hacer demagogia, participando en las marchas de protesta contra el régimen ilegal, con el añadido que no son aceptados presencialmente en nuestras regiones. Se han convertido en unos parias.

En este estado, la prioridad consiste en elevar el nivel de conciencia política de los trabajadores y del pueblo, desenmascarando la verdadera entraña mafiosa y depredadora de los actuales dueños del poder.

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