El trabajo del personal de la salud en la era del neoliberalismo

Por Álvaro Lopera

Imagen de referencia

Patricia es una trabajadora de la salud de un hospital público de la ciudad de Medellín. Es enfermera auxiliar y se desempeña en labores técnicas tales como la limpieza de elementos quirúrgicos con equipos térmicos, mezclas químicas y esfuerzo mecánico, tanto para cirugías como para limpieza general de los pacientes y los espacios del hospital. Su jornada maratónica por turno es de doce horas y el número de horas básico de trabajo al mes es de 192, las cuales pueden ampliarse a 204, 216, 228, etc., dependiendo de las necesidades de personal que haya en el servicio en un período determinado debido a retiros, vacaciones, permisos, enfermedades, etc.

El salario básico es el mínimo, sin que esto sea posible de negociar, pues “existen demasiadas bocas en el mercado laboral que pueden reemplazar a las que consideran que pueden hacer exigencias de tipo sindical, o no están muy conformes con lo que ganan de sueldo”, como normalmente se lo recuerdan sus patrones.

El tipo de contratación que tiene Patricia responde a lo que el código laboral acepta como contrato sindical, aunque se debe aclarar que no existe un sindicato como tal que luche por reivindicaciones salariales. El nombre rimbombante de contrato sindical, como si fuera un sindicato propiamente dicho el que lo hiciera, es solo una fachada para que una burocracia conformada por personas que se unen para autodenominarse asociación gremial al servicio de la salud, puedan explotar económicamente a los trabajadores que cumplen un servicio misional en cualquiera de los departamentos de dicho hospital.

Riesgos laborales

Su tarea cotidiana se acompaña de múltiples contactos interpersonales con los compañeros del área, pero también con otros trabajadores de áreas quirúrgicas, clínicas, de enfermería y demás. A esto se suma el contacto con múltiples fluidos como sangre, saliva, y todos los efluvios que el cuerpo humano puede generar. Por ello, los trabajadores de estas áreas que hacen labores de asepsia de equipos altamente contaminados por los procesos del hospital, tienen que protegerse permanentemente, lo cual conlleva a múltiples cambios de indumentaria para pasar de un servicio a otro, o cuando tienen que desplazarse a recoger elementos médicos que anidan en todos los servicios.

Hace poco una compañera de trabajo, en un descuido que es fácil de ocurrir, se pinchó la mano cuando hacía el tratamiento de unos elementos quirúrgicos que habían sido utilizados recientemente en la operación de una persona enferma con el virus del sida, y por ello tuvo que someterse a un tratamiento retroviral y a una observación médica permanente por espacio de tres meses. Tuvo que hacerse múltiples chequeos de sangre para que al final le dijeran que se encontraba en buenas condiciones de salud. Claro que lo que no cuenta la historia oficial de este pequeño impase es que ella tuvo accesos de depresión y ansiedad, que perdió muchas horas de sueño y que la rutina diaria con sus hijos se afectó terriblemente.

Hay jefes, que ¡ay!

La jefa del servicio, profesional del área de instrumentación, se destaca por ser patronista y altanera sin par. A falta de humildad y liderazgo, asume el papel de capataz sin ningún sentido de solidaridad y respeto por sus compañeros de trabajo. Y esta es la cotidianidad. Se ufana de ser “la mejor profesional y de tener a su cargo una camada de inútiles que pueden ser muy fácilmente reemplazados, sin que el servicio se afecte”. En su mirada, ridículamente individualista, solo ella es imprescindible, haciendo que la carga de estrés cotidiana afecte severamente la labor y la eficacia del trabajo.

Su léxico, perverso como ella, ajusta el detalle de la opresión colectiva, sin ser esto destacado o extraño en ese hospital que día a día ha venido perdiendo los viejos valores de respeto, solidaridad, fraternidad y entereza con el paciente. La vulgaridad y el acoso se tomó el servicio de salud colombiano. Cuenta Patricia que muchas enfermeras hablan de barbaridades comportamentales en cirugías de alta o baja complejidad, tales como poner a todo volumen una grabadora con un reguetón vulgar que los galenos encargados de dicha actividad cantan a pleno pulmón, amén de presentarse cotidianamente problemas de acoso sexual en el servicio, sin que nadie lo impida ni lo denuncie.

Su jefa, y estos alrededores, son una muestra palpable de hasta dónde ha avanzado la descomposición, la coprolalia y el microfascismo de seres enfermos cuyo mejor papel es la ampliación del malestar de una población que tiene en sus espaldas una gran responsabilidad: velar por el bienestar del sinnúmero de pacientes que llegan a la entidad pública en situaciones, muchas veces, calamitosas.

Pero ni ella ni el personal de salud patán e insensible son especímenes extraños en la fauna del servicio público: el gerente de dicho antro hospitalario cumple el rol de bajar la calidad del servicio a fuerza del garrote neoliberal: médicos, enfermeras y casi todos los profesionales de la salud con responsabilidades directas o indirectas, han sido trasteados a la forma contractual de cooperativas o contratos sindicales, alejándolos de la posibilidad de agremiarse. Por ello, muchos médicos especialistas, que andan apurados a todas horas, y no especialistas, tienen dos o tres centros de trabajo que les ajustan sus ingresos, afectando con ello, cual círculo vicioso, el tratamiento científico-social del paciente.

El irrespeto en el pago del salario

Las agremiaciones sindicales son flor de un día. Permanecen un año, dos o hasta tres y después se marchitan, dejando pegados de la brocha a cientos de profesionales. A Patricia, que es la menos afectada porque no es cabeza de familia, le avisaron en febrero que su contratista se iba y que venía otro con “buena experiencia en el área de salud”. Y ahí empezaron los temores y los decires: que como salió tan repentinamente, no podían liquidarlos porque el hospital tenía viejas deudas sin cancelar con dicha agremiación.

El cinismo también se tomó la comunicación: en un pasquín enviaron “palabras de aliento”, y empezaron el escrito con la palabra “compañeros”, como si efectivamente fuera un sindicato el que les hablaba desde la ultratumba de la partida. Y continuaba: “el hospital no ha pagado. Nosotros haremos los mejores esfuerzos para cumplir con la liquidación que les adeudamos” …etc. La liquidación llegó 20 días después, cuando muchos estaban ad portas de un ataque de nervios, y hasta habían recurrido a hacerse daño entre ellos mismos, como sucede en el libro Ensayo sobre la ceguera de Saramago, pues alguno, si no varios, habían acudido desesperadamente al robo de pertenencias.

Patricia y todos se quedaron sin vacaciones después de un año de haber probado el podrido néctar de otra empresita que desaparecía sin pena ni gloria. Los liquidaron sin ningún soporte. Simplemente, la “agremiación sindical” desapareció del panorama. Pero la jefa, la misma caporal que los maltrata sin ambages, les recuerda: “Si están muy aburridos, bien se pueden ir. Agradezcan que ustedes son privilegiados con el trabajo que tienen. Denle gracias a Dios, pues hay millones, mejores que ustedes, y están desempleados …”

Anuncio publicitario

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s