La urgencia de hacer una pausa

Es necesario pausar, frenar, contemplar, sentir, pensar, sacar un rato distinto a las rutinas cotidianas voraces, para encontrar y contemplar el ser y la otredad

Por Jhon Mario Marín Dávila

Ilustración por: Mariaka Blanquiset Mosquera

El tiempo significativo o propio se sale de las lógicas lineales, de los cronogramas, del cumplir tareas o solo producir, es una espiral que se olvida del reloj. Este tiempo se concibe desde la libertad, donde se realice cualquier actividad que el ser humano desee, ratos propios en los cuales piensa y decide en lo que quiere hacer, oportunidades para desarrollar o potenciar habilidades y capacidades, momentos que comparte con otras/os y consigo mismo, aportando a su buen vivir.

En el capitalismo el tiempo solo se piensa en función de la producción o el consumo para el beneficio de unos cuantos que poseen la riqueza de todo un país o de todo el mundo. Esto aleja cada vez más a las personas de su tiempo propio. “Yo quiero una vida sencilla, pero he tenido que preguntarme repetidas veces: ¿cuál es la vida sencilla? ¿Tener un montón de trabajos y sin que le quede a uno tiempo para nada más, donde vendo mi tiempo y no pienso ni puedo descansar, y no puedo estar con mi familia, con mis amigos? Tengo dinero, pero de qué me sirve el dinero si no tengo el tiempo”, comenta Gabriela, mujer que trabaja como profesional social.

Las/los trabajadores están obligados a trabajar horas extras o hacer funciones que no están acordes con sus experiencias para lograr el cumplimiento y mantener el puesto de trabajo, o sobrepasar los límites de su vocación para responder, viviendo para el trabajo y no para ellas o ellos. Así caemos en unas formas de vida que nos limita para vivir, para pausar, imaginar, ser creativos, vivir cada emoción, preguntarnos, pensar un mundo distinto, tener una postura reflexiva, crítica y política de las situaciones sociales. Renunciamos al tiempo significativo o propio, en el cual viviríamos a partir de nuestros gustos, ritmos, compartires con seres queridos, familiares, o con nuestra soledad en los deportes, las artes, las músicas, entre otras.

Esta forma desenfrenada de vivir vuelve mecánica a las personas, alejándolas del tiempo propio y haciéndolas sentir culpables cuando no están haciendo algo productivo, puesto que el tiempo en que no se produce nada se considera tiempo perdido y que no genera desarrollo en las personas. Por tal motivo, el tiempo productivo para sí mismos, que no es funcional para el sistema y nos hace sentir culpables, hay que resignificarlo “para hacer cosas distintas, que nos gusten, que así no sean productivas nos hacen felices y dan tranquilidad, y entender que esto no es malo y no decir ¡juepucha! estoy perdiendo mucho tiempo”, dice Jaime, trabajador de oficios varios.

Si bien el dinero es indispensable para sobrevivir, pero si se vive solo para trabajar y conseguir ese dinero, el ser se pierde y salir de estas lógicas capitalistas le implica preguntarse y tomar decisiones que incomodan, desestabilizan, causan duelos por la costumbre de la forma de vida que lleva; le implica buscar otras formas de vida o mirar cómo suplir de manera diferente las necesidades no satisfechas.

La libertad del ser cuesta y es algo que se tiene que hacer en unidad, con la otra y el otro. Es volver a la unión, a la comunidad para resistir, re-existir desde la solidaridad, el trueque, el cuidado, la juntanza que reflexiona sobre las mismas acciones para el buen vivir de todas/os y superar las adversidades de las violencias estatales y lógicas globales regidas por el individualismo y egoísmo promovidos por el mercado. Eso demanda tener las fuerzas suficientes para transformar dichas situaciones.

“Intento no dejarme atrapar del tiempo, hacer otras cosas que me sacan del ejercicio capitalista de la producción; intento jugarle trampas al tiempo, con mis tiempos, es decir, cuando me desconecto de todo, comparto un café con alguien o sola; leer lo que me gusta, estudiar, pensar un país distinto, salir a caminar, juntarme con otras o tener tiempo para pensar algo distinto al trabajo”, dice Mónica, una docente. Estas resistencias para no caer en la lógica absoluta del sistema de produccióngeneran reflexiones sobre la carencia de las pausas en la vida y el percibir otros pensamientos o lugares donde el ritmo es totalmente diferente. Por eso, bajar el ritmo permite pensar y requiere dejar a un lado el ser mecanizado.

Mónica continúa: “Es un tema de decidir regalarse los tiempos, darse los espacios, darles importancia a otras cosas que, si bien no te van a generar un rédito económico o material, te generan satisfacción de otras maneras”. Bajo esta idea, Jaime también comenta que “el tiempo sagrado es cuando yo estoy consciente del tiempo, cuando tomo conciencia de mi cuerpo, lo respiro, lo vivo y hago de cada evento de mi vida un milagro, un evento nuevo”. Así puedo llegar a la vida sencilla, la significación de cada pequeño detalle, la memoria, el gesto como ternura, el escuchar, el compartir la juntanza, la lentitud, el pausar, el respirar de los momentos, la paciencia y el sentipensar.

Desacelerar o pausar los ritmos de vida y sacar ratos de las rutinas o monotonías laborales es un llamado a reflexionar el ideal de tiempo capitalista orientado a la producción de riqueza. Si no resignificamos el tiempo significativo, propio, sagrado, de las trabajadoras y trabajadores, lo seguiremos perdiendo entre indicadores o actividades y estaremos cada vez más lejos del ser y la otredad.

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