Malí, un país emblemático del colonialismo francés

Por Álvaro Lopera

Imagen: Álvaro Lopera

Si miráramos de vez en cuando el mapamundi, nos sorprenderíamos con muchas cosas. Una de ellas, los mapas del norte de África, de Namibia y Botswana. Parece como si sobre un escritorio una mano prodigiosa, experta en geometría, hubiera trazado los límites territoriales de muchos países de ese continente. Porque no se entiende que esas líneas rectas correspondan a una realidad social –y menos en tierras de vastas poblaciones nómadas- o a una geográfica; más bien fueron los objetivos geopolíticos coloniales europeos, desde el siglo XIX, quienes dirigieron esa siniestra mano. El afán colonizador de las potencias europeas dio paso a ese capricho que aún perdura y que es avalado por la comunidad mundial. Malí, Mauritania, Níger, Chad, Argelia, Libia, Sudán y un largo etcétera africano muestran las huellas de las infames tijeras imperialistas francesas, británicas, holandesas, belgas, alemanas, españolas y portuguesas.

Lo peor es que no solo perduran como una impronta esas extrañas líneas nacidas de una burocracia militarista y expoliadora, sino que también se mantienen las viejas monedas de los colonizadores, amén de sus ejércitos y sus intereses. Francia, un agresivo imperialista colonizador que no quiere abandonar sus viejas colonias, es uno de los que no desea dejar atrás sus viejas opresiones. Y Macron, su banquero presidente, se propone que así sea.

Malí, símbolo de la tragedia africana

Malí es un país sin litoral, del noroccidente africano, poblado por aproximadamente 20 millones de personas, con una extensión de 1.240.190 kilómetros cuadrados, un poco mayor a la de Colombia; tiene un clima cálido y seco, y semi tropical en la parte sur. Su capital es Bamako. La mayor porción del país forma parte del sur del Sahara, de ahí que sea caluroso y afectado por tormentas de arena en las estaciones secas. La lengua oficial es el francés, aunque solo un 15% lo habla, y su religión es el islam. El 80% de malienses hablan Bambara como su primer o segundo idioma.

En 1960, las antiguas colonias de Francia alcanzaron su independencia con el apoyo de la Unión Soviética y de los países del Sur. El fiel reflejo del colonialismo francés y la gran discriminación y opresión del pueblo maliense, era la esperanza de vida para entonces: 28,25 años, cuando en Colombia para esa época era de 58,33 años y en Francia de 73,30 años. Al día de hoy alcanza los 60 años.

Mali ocupa uno de los últimos puestos (184) en el Índice de Desarrollo Humano (IDH 2019) del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). La tasa de mortalidad infantil en Malí es de 67,6 muertes por cada 1.000 nacimientos, esto significa que uno de cada 10 niños en Malí muere antes de cumplir 5 años, mientras que uno de cada 30 bebés no sobrevive a su primer mes de vida. La principal causa de muerte en el país es la malaria y el uso de agua no saneada.

Para cerrar este capítulo de la tragedia que aún se cierne sobre el África, y en particular sobre Malí, solo falta contar que no goza de soberanía monetaria. Como rezago de la vieja época de expoliación y opresión, subsiste el franco CFA (Comunidad Financiera Africana) que es, a su vez, una moneda utilizada por 14 países de África Occidental y Central. Está controlada y manipulada por Francia. Los países miembros están obligados a colocar el 50% de sus reservas en el Banco Central de Francia. Ya existe una puja estratégica africana para reemplazar esta moneda colonial por una nueva denominada Eco.

El Golpe de Estado

No se puede asegurar que el Golpe de Estado de mayo de 2021 dado en Malí por una junta de coroneles se asemeje al histórico golpe libertario del capitán de ejército Thomas Sankara en el Alto Volta (posteriormente Burkina Faso), por allá en 1983; pero sí tiene la intención de ponerle el cascabel al gato francés, y por ello le llueven a la junta las tradicionales condenas y amenazas de Europa y Estados Unidos, que ahora se despachan con sus medios de comunicación acusándolos de violación grave de derechos humanos, saqueos a la población y otras diabluras, principalmente desde cuando arribaron los rusos a entrenar al ejército maliense.

El actual jefe de Estado de facto, coronel Assimi Goïta, tuvo entrenamiento militar en Rusia y decidió darle una patada al Estado francés, contratando militares rusos pertenecientes a la organización militar Wagner, o, como son más conocidos, Los músicos. Estos tienen la tarea de preparar al ejército maliense en el arte militar de combatir eficazmente a los terroristas agrupados en las bandas Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (JNIM) y Estado Islámico en el Gran Sáhara (EIGS), las cuales tienen el norte de Malí arruinado.

Francia tenía en ese país cerca de 5.000 soldados desde 2012, y supuestamente emprendió varias campañas militares para desarticular dichas bandas, pero en once años solo se les vio crecer  pudiéndose asegurar, sin temor a equivocarnos, que “alienta el terrorismo e incluso introduce mercenarios para desestabilizar a los diferentes países de la región que fueron antiguas colonias, lo que le permite seguir controlándolos y usufructuar sus recursos naturales manteniendo su presencia militar, más que como apoyo a la guerra contra el integrismo, como fuerza de control y presión”, de acuerdo con palabras del periodista argentino, Guadi Calvo.

Alzamiento regional de África Occidental

Malí encabeza un alzamiento regional contra Francia, a lo que se suma que los pueblos de África Occidental exigen la salida de sus tierras de esta potencia y sus militarotes. Las manifestaciones y protestas son constantes y cada vez más amplias no solo en Malí, sino también en Burkina Faso –donde el Gobierno en enero de este año expulsó al embajador Luc Hallade– así como en Chad, Ghana, Níger y República Centroafricana, que exigen a París el retiro de las fuerzas militares y el abandono de sus estrategias de presión económicas y políticas contra sus gobiernos. Esperemos que el vacío francés no sea llenado con las históricas intervenciones gringas o inglesas.

A Thomas Sankara, el gran marxista de Burkina Faso, lo asesinó en 1987 quien con él encabezó el alzamiento militar para correr a los corruptos e implantar la justicia social en su patria. Todo de la mano de los aparatos de inteligencia occidentales. La Junta llega a Malí con intenciones de mejorar el terrible panorama social y mantener el pulso firme contra las organizaciones subsidiarias de al-Qaeda y otras aupadas por Occidente o residuales de luchas intestinas. Por ello, desde el primer minuto se pusieron en la mira de Estados Unidos y de esa Europa que todo lo resuelve con golpes de Estado, asesinatos y componendas con las múltiples casas políticas negras que habitan el África, herederas del colonialismo europeo.

No es que Sankara haya regresado de su tumba, es que los pueblos de África se cansaron de ser expoliados y empobrecidos como ningún pueblo de La Tierra. Y un ¡Basta ya!, de vez en cuando, nos recuerda que la dignidad anida en el seno de los más humildes.

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