Soñar con una sociedad llena de mujeres sexual y políticamente libres

Por Juanita Salazar Sánchez 

Ilustración: Laura Espinal

Para empezar, quiero que ustedes también se cuestionen la raíz de esta pregunta que constantemente ronda por mi cabeza: ¿Vivimos en una sociedad que logra adaptarse a las necesidades de nosotras las mujeres, o por el contrario sobrevivimos en una donde para nosotras se vuelve una necesidad adaptarse, aunque eso signifique una nula garantía de nuestros derechos?

 Desde pequeñas crecemos con la constante presión de adaptarnos y aprender a vivir en un mundo donde nuestro valor como personas es constantemente cuestionado o demeritado (que no es lo único). Cada que se habla de nuestra sexualidad y nuestros cuerpos el ambiente se pone tenso, algunas personas se incomodan, e inclusive nos piden que seamos discretas, “es algo solo de mujeres”, haciendo de nuestros cuerpos un tabú sin fin, lo que no hace sino alimentar los prejuicios sociales, y a su paso va arrasando con la poca autonomía que hemos conquistado a lo largo del tiempo. Si miramos la otra cara de la moneda y tomamos como sujeto principal a los hombres, la situación cambia radicalmente, el tema no es censurado, por el contrario las risas y la camaradería se apoderan del espacio. Suena como un reclamo cliché que muchas veces hacemos, pero es inevitable no hacer la mención: si un hombre habla abiertamente de su vida y encuentros sexuales, es normal, es más, mientras mayor sea el número, proporcionalmente mayor será la cantidad de elogios o halagos que recibe. Sin embargo, si es una mujer quien narra sus encuentros, ¨zorra¨ y ¨promiscua¨ serían calificativos frecuentemente usados para referirse a ella; ¿cambian entonces las normativas morales en función del género al que se juzga?

No hay nada de malo en hablar abiertamente de nuestra sexualidad, de cómo decidimos vivirla y disfrutarla, hay que decirlo. Siendo la sexualidad un elemento constitutivo de lo humano, se hace necesario desmitificarla, dejar de verla como algo sucio o impuro. Debido a esta mirada las mujeres hemos normalizado el avergonzarnos de vivir nuestra vida de la forma en que deseamos, nos sometemos a la presión de ser perfectas y tener que encajar en el estereotipo de la mujer sumisa que busca satisfacer los deseos de una sociedad que nos ridiculiza, nos oprime, nos apaga y nos enseña a odiar, incluso, la idea de vivir genuina y libremente todos los ámbitos de nuestra vida. 

Algo similar sucede cuando hablamos de la necesidad de involucrar a las mujeres en la política, un espacio que hemos conquistado apenas hace algunos años, un espacio en el que hemos sido completamente invisibilizadas. Para algunos es una gran idea (probablemente para aquellos pocos que nos reconocen como seres intelectuales capacitados para liderar y ejercer poder) pero para otros, que se sienten “intimidados”, la presencia de la mujer en la política no es sino, según ellos, una posibilidad de “venganza femenina” y de “dictadura misándrica”. Ideas que manifiestan su misoginia y machismo interiorizados, el miedo a un ejercicio de contrapoder, lo que no es sino el reconocimiento inconsciente de las dinámicas de dominación históricas sobre la mujer, pues sólo puede vengarse aquél que ha sido violentado con anterioridad. Ahora bien, ¿alguna vez se habrán cuestionado lo que implica que día a día nosotras estamos obligadas y expuestas a vivir en un mundo donde constantemente somos sometidas, oprimidas e invalidadas, desde lo más básico, hasta el hecho de invisibilizar e ignorar nuestras necesidades? Sobrevivimos en una sociedad tan plagada de misoginia y machismo que incluso nos culpan por las atrocidades que cometen contra nosotras.

Es necesario romper con los esquemas sociales, liberar a la mujer, incorporarla en la política en tanto que: 

  • Poseemos el derecho a evaluar y cuestionar cuáles corrientes políticas nos interesan y a expresarlo. Teniendo en cuenta lo pertinente que es afianzar nuestra seguridad y garantía de derechos, no hay mejor camino para hacerlo que a través de referentes y representantes con las que podamos identificarnos, no solo a nivel ideológico, dando pie a que sean más y más las personas que velen por la visibilización de nuestras necesidades y la justicia social.  
  • Como seres sociales la política se vuelve parte fundamental en nuestra cotidianidad, esta permea diversos espacios de nuestras relaciones; “lo personal es político” dice una frase feminista que hace alusión a la manera en que las dinámicas sociales influyen en nuestras formas de habitar el mundo y ser habitadas por este. Una de las principales herramientas que se presentan al intentar convivir de la manera más civilizada posible ante la diferencia de opiniones (o bueno, al menos eso es lo que debería de ser) es la participación de la diversidad, lo que incluye el acercamiento de la mujer a la política.

Para concluir, y retomando la pregunta que planteé inicialmente: Sobrevivimos en una sociedad que no se adapta a nuestras necesidades, mucho menos a las de nosotras las mujeres; es importante que dejemos de adaptarnos, que asumamos un papel activo y que transformemos las dinámicas sociales para que sea la sociedad la que se acople a nosotras y nuestras necesidades, para que se respete nuestra integridad, sexualidad y participación política. Soñar con una sociedad donde seamos reconocidas y consideradas intelectual y socialmente para desempeñar roles tan relevantes tanto en la política como en otros ámbitos no solo permitirá que tengamos una visión más amplia del mundo en que vivimos, sino que también nos dará la oportunidad de mejorar cada vez más, analizando y comprendiendo nuevas perspectivas que no habían sido tomadas en cuenta. Deseo que algún día ese sueño se vuelva nuestra realidad, y que cada vez más mujeres podamos desempeñar el papel tan importante que tenemos, de la mejor manera.

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