La mentirosa

Por Anabel García Velásquez

Dibujo: Laura Sofía Pelayo Granada

Mi respiración se acelera, me siento perdida, desconcertada, ¿Por qué me siento así? ¿Qué está pasando?, dejo de pensar, tengo que terminar mi ejercicio. Miro a mi izquierda, está pasando Mary, la mano salió de mi camisa, ¿por qué?, pienso en cómo no quiero que ella deje de pasar, no quiero estar a solas con él. Tengo miedo, pero no importa, ya casi acaba la clase.

Es jueves, otra vez tengo clase de inglés. Federico pasa por mí al colegio. El martes tuvimos una clase muy extraña, mientras trabajaba en el libro sentí como su mano se deslizaba por debajo de mi camisa, sentí mucho miedo, incluso ganas de vomitar, creo que solo estaba exagerando, pero, ¿por qué sacaba su mano cuando Mary pasaba?, ¿era acaso algo malo? Federico jamás me haría nada malo, es como mi papá, yo soy su “tricitica», la nieta que nunca tuvo, todo el tiempo está pensando en consentirme, en verme feliz.

Hace meses que Federico empezó a invadir mi espacio personal, creo que cada vez las cosas se ponen peor; la clase pasada, mientras tocaba mis piernas y mis senos, puso su boca en mi oído, empezó a besarlo e incluso puso su lengua en él; sentía la piel de gallina, ganas de correr, vomitar y llorar. Cuando terminó la clase y ya se había ido, lo único que pensé fue en tomar una ducha, sentía que su saliva y sus manos estaban tatuadas en mi cuerpo, pero no como los hermosos tatuajes que tienen los adultos sino como si alguien hubiera agarrado un marcador y hubiera rayado mi cuerpo de la manera más horrible que puedo imaginar; lo peor de todo fue que, a pesar de que pasé casi una hora en la ducha, no pude quitarme las marcas. Hoy voy decidida a hablar con él, le quiero decir que no me gusta, que me siento horrible cada que estamos solos y que por favor pare.

No quería perder su afecto, ¿qué sería mi vida sin él?, ¿cómo siquiera podría pensar en vivir sin su amor? Tal vez, lo mejor es simplemente dejar que siga, al fin y al cabo solo son unas horas a la semana, pues al final de cuentas, es solamente amor, es “su forma de querer”.

Me gusta venir a la parcela, el calor es abrasador y el olor a piscina me emociona. Es temprano todavía, sigo en cama. Fede está en la cama del frente, hace calor. Escucho su voz al otro lado del cuarto, me volteo, estamos solos.

-Ven aquí- me dice.

Me paro, camino, un, dos, tres pasos. Llego a la cama, me acuesto dándole la espalda, me abraza por el pecho y agarra mi cintura, estoy inmóvil. Su boca se acerca a mi cuello, se apoya en mi clavícula. Mis ganas de llorar aparecen de nuevo, intento moverme, no puedo; mi glúteo roza su entrepierna y siento un bulto, vuelvo a intentar moverme, estoy inmovilizada, dejo de luchar, me resigno, tal vez es lo que merezco.

Estoy de viaje con mi tía Ariadna quien me regaló un libro por mi cumpleaños: se llama “Cosas de niñas”. Me lo he leído en poco tiempo, me encanta aprender sobre mi cuerpo, solo que mientras leía me encontré con un capítulo que no puedo sacar de mi cabeza: “abuso”. Me detengo en una categoría: “abuso sexual”, dice que se manifiesta por caricias indeseadas, atrevidas y sexuales que hacen sentir confusión e incomodidad. No puedo dejar de pensar en eso, no puedo evitar sentir que es muy parecido a lo que siento yo con las caricias de Fede. En el libro dice que cuando me sienta así, debería comentarle a alguien de confianza, decir lo que está pasando, pero en mi interior algo dice que no lo haga, es casi mi papá de quien estoy hablando, una de las personas que más me ama, y probablemente a quien yo amé más. Decir que es un abusador sexual es completamente descabellado, jamás podría permitir que lo lleven a la cárcel por mi culpa, definitivamente no podría vivir con ese cargo de conciencia.

Han pasado años desde la última vez que pensé en hablar, ahora tengo 14. Fede sigue siendo parte de mi vida cotidiana; si bien ya no me da clases de inglés, al fin y al cabo es el esposo de mi tía, es el dueño del apartamento en el que vivo con mis papás y una de las personas que la gente más quiere en la familia. Puedo asegurar que es un hombre carismático e intelectual. Temo hablar y ser juzgada, siento pavor de tan solo pensar en que mi familia se dé cuenta; he presenciado incontables momentos en los que mis familiares han minimizado, de miles de maneras, testimonios de violencia. He escuchado como lanzan comentarios sobre mujeres violentadas, las tratan en términos de cobardes, argumentando que si están en una situación así es porque “se dejaron”, porque “no deciden abordar las cosas de frente”, como debería ser. ¿Van a decir lo mismo de mí si llego a hablar? ¿Me nombrarán como mentirosa, desagradecida y egoísta? ¿Es posible que después de todo lo que me ha dado Federico yo sea capaz de decir semejante sarta de estupideces?

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s