Editorial No 83: Las reformas se deciden en la calle

Portada: «La primera Línea (Fragmento) – Darío Ortiz.

La oligarquía colombiana, a través de los partidos tradicionales en el Congreso, ha cerrado filas contra la reforma al sistema de salud y ya anuncia una oposición cerrada a la reforma laboral, cuyo borrador apenas empieza a conocerse; seguramente se opondrá también férreamente a la reforma pensional, la misma que ha atacado desde que se anunció en la campaña electoral de Gustavo Petro. Y era de esperarse, pues dichas reformas pretenden que el Estado retome su compromiso con una política social que garantice el bienestar y los derechos fundamentales de la mayoría de la población en el país. Ello implica un reversazo del modelo neoliberal en el que el Estado ignoró su responsabilidad con el bienestar social de la población y la abandonó en manos del sector privado, que se enriqueció con el negocio de la enfermedad, con los dineros de las pensiones y con la desvalorización infame del trabajo.

Los argumentos esgrimidos por esta élite descarada son huecos y, sobre todo, clasistas. Quieren presentar sus objeciones como motivadas por un gran conocimiento técnico, que desconocen en los funcionarios del actual gobierno, a quienes tratan como estúpidos e ignorantes. Pero es esa tecnocracia y su experticia la que ha llevado al país a la crisis social en la que hoy estamos, porque su experticia no está puesta en función del bienestar de la gente sino de sus propios negocios. Sus argumentos de fondo, sin embargo, no dejan de ser ideológicos: Que acabar con el modelo de aseguramiento que hoy se aplica en el sistema de salud es un salto al vacío, que eliminar la intermediación de las EPS es un craso error. Son ciegos ante la evidencia fáctica de que el modelo de aseguramiento para el sistema de salud solo garantiza la rentabilidad de las EPS, y jamás la salud de la gente, porque son objetivos incompatibles. Son ciegos ante la evidencia de que las EPS no le han aportado al sistema sino dolor, corrupción e ineficiencia.

Que el ministro de educación, antiguo ministro de salud y exrector de la universidad privada más prestigiosa del país, diga públicamente, y sin sonrojarse, que el Estado es ineficiente por principio, no solo deja ver en qué consiste la experticia abstrusa de esta tecnocracia, sino cuáles son realmente sus intereses: defender, contra toda evidencia y sentido común, la persistencia de las EPS, del negocio privado, en el sistema de salud, como si no fueran estas las que lo hubieran hecho insostenible.

Seguramente, la reforma no pasará en el Congreso, o por lo menos no pasará sin mutilaciones graves, lo que nos vuelve a dejar en manos de los ladrones de cuello blanco y de títulos comprados. Ya los partidos se han puesto de acuerdo o bien para mutilarla o para presentar una contrarreforma que evite que las cosas cambien en lo fundamental. Y si esta reforma no pasa, tampoco pasará la reforma laboral ni la pensional. La derecha, envalentonada, tomará la batuta en el Congreso para evitar que las reformas por las que votó buena parte del pueblo colombiano puedan materializarse y así haya un cambio importante en la vida de la gente. La pretensión es que el país siga siendo la finquita administrada por ellos y para ellos. Y si logran frenar el cambio en el Congreso habrán convertido los cuatro años de este gobierno en una especie de pausa vacua, que terminará sin consecuencia alguna con el regreso de la derecha al gobierno en las próximas elecciones presidenciales.

Por fortuna, el Congreso no es el único escenario de la política, ni siquiera el más importante, ni los partidos son los únicos actores. En la historia moderna todas las grandes reformas, por no decir las grandes conquistas del pueblo, se han decidido en la calle. Hasta ahora la calle se ha presentado como el único escenario donde efectivamente el pueblo hace política sin mediación, allí donde se ponen en discusión las reformas que encarnan mejoras esenciales para la vida humana y se tumban aquellas que los políticos quieren imponer en función de sus negocios, como pasó en 2021 con las reformas tributaria y a la salud que impulsaba el gobierno Duque con todo el veneno neoliberal.

No confundiremos, por supuesto, la lucha por la reforma en las calles, con un respaldo ciego y cerrado al gobierno de Petro; debemos ponernos por encima de sus dubitaciones, de sus bandazos, de sus concesiones cobardes a la derecha. En la calle se ponen las reformas que el pueblo necesita (se estudian, se mejoran, se encarnan), al servicio de las cuales deben ponerse los gobiernos y los congresistas, o renunciar por la presión del pueblo movilizado cuando pongan sus intereses, su soberbia su mezquindad por encima de las necesidades este.

Finalmente, ninguna reforma social que el pueblo no esté dispuesto a defender en las calles puede cambiar sustancialmente la vida de la gente. Si las reformas llegaran como un favor de los gobiernos o legisladores probablemente no pasarían de ser letra muerta, canto a la bandera en manos de los siguientes gobiernos. Pero si el pueblo no defiende las transformaciones necesarias en la calle es, o porque no son los cambios que en verdad está necesitando o porque no está a la altura para dichas transformaciones. De la respuesta del pueblo ante el espíritu de cuerpo que convoca hoy a la burguesía colombiana para defender sus intereses de clase, dependerá el futuro en los próximos decenios: Esta puede ser la oportunidad para construir un sujeto revolucionario capaz de encarnar su propia transformación en la lucha; pero si desaprovechamos esta voluntad de cambio expresada en las urnas podríamos hundirnos en décadas de terror neoliberal y de deshumanización completa.

Contraportada: Inty Maleywa (2009)

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