Por Anyela Heredia

Fotos: Anyela Heredia
Salir de viaje por Colombia es siempre una promesa de encontrarse con parajes exuberantes y gente linda. No obstante, salir hoy a turistear por el país es también encontrarse con una realidad nunca antes vivida: pueblos atiborrados de turistas, precios elevados, hermosas maravillas naturales convertidas en vulgares negocios en donde su contemplación es un privilegio para disfrutar por turnos durante solo algunos minutos.
Así, la experiencia de conocer el departamento del Huila, en sus sitios más emblemáticos, entre los que se cuentan el desierto de la Tatacoa, San Agustín y el estrecho del Magdalena, con sus particularidades, es un reflejo de lo que es hoy el turismo en otras latitudes del país.
Ecoturismo o ecocidio en cómodas cuotas
Desde que comienzas a buscar alojamiento en el desierto de la Tatacoa, te encuentras con unas diferencias de precios abismales. Disfrutar de una noche en el desierto, uno de los pocos lugares en Colombia para la observación astronómica a cielo abierto, puede costarte entre 30 mil y 540 mil pesos, dependiendo de si te quedas en una pensión sencilla, atendida por una familia nativa del lugar o en el moderno complejo hotelero de Bethel, famoso en la región porque su dueño, el señor Frank Corredor, le compró los terrenos a una anciana de la zona “a precio de huevo”, pues los nativos, que hasta entonces desconocían el potencial turístico del lugar, pensaban que aquello era un verdadero peladero, dado que no se trataba de tierras aptas para la agricultura.
Juan*, oriundo de Villavieja, municipio donde se ubica el desierto, quien es pastor de cabras y trabajador en una humilde posada, cuenta que las tierras heredadas de sus padres colindan con los predios de Bethel y que, a diario, se ve obligado a desconectar la maquinaria que el hotel usa para extraer el agua del único nacimiento ubicado en su finca, pues de lo contrario sus cabras se quedarían sin acceso a esta fuente de hidratación. “Diario lo hago y diario viene la gente del hotel y conecta de nuevo la motobomba”. Cuenta que ya hay varias demandas por esta razón en contra del hotel, pero hasta el momento no han obtenido resultado.
De hecho, en 2020 la Corporación Autónoma Regional del Alto Magdalena (CAM) había emitido una sanción en contra de la empresa administradora del hotel por no contar con permisos ambientales como la concesión de aguas superficiales y el permiso de vertimiento de aguas residuales domésticas. Además, la autoridad ambiental consideró en su momento que la construcción del hotel generó graves impactos ambientales como la desaparición del árbol de la pela, una especie forestal endémica típica del desierto utilizada en sus instalaciones.
La zona en la que se encuentra el complejo hotelero de Bethel, es una zona de restauración ecológica, por lo tanto, la construcción del hotel fue desde un principio considerada contraria a los propósitos de conservación del ecosistema. Sin embargo, Bethel promociona la estadía en sus instalaciones como una experiencia de “ecoturísmo” de lujo, y aún si careces de recursos, puedes pagar cuotas de 49.000 mensuales durante un año para pasar una noche en el mismo lugar en el que se han hospedado personajes de la talla de Álvaro Uribe. Eso sí, nada te garantiza la tranquilidad del desierto, pues los vecinos se quejan de la música ruidosa e invasiva que algunos visitantes escuchan con los altoparlantes de sus lujosos autos.
Todo por una “selfie”
San Agustín es uno de los lugares más importantes para conocer la herencia de las culturas precolombinas de los Andes. El parque arqueológico ofrece una experiencia única que nos acerca a la mística con la que nuestros antepasados celebraban la partida de sus seres queridos como una transición hacia la vida más allá de la muerte, pero también es la antesala al Macizo Colombiano, la región donde nacen algunos de los ríos más importantes de Colombia, allí donde los Andes se parten en tres, donde disfrutar de bellísimos paisajes.
Hoy, aquel pueblito que recibía modestamente a sus visitantes en hospedajes tradicionales, de propiedad de los lugareños, es un pueblo ruidoso, lleno de comercio, cuya vida gira en torno al turismo. También allí puedes encontrar en una misma vereda, compartiendo el mismo paisaje, a menos de cincuenta metros de distancia, una cabaña clásica, cómoda, construida en ladrillo y guadua, donde pagas 40 mil pesos la noche, y, en el mismo terreno, administrado por el mismo operador, un “glamping” con derecho a una hora de jakuzzi por 400 mil pesos la noche, puedes hacer un tour con un guía que te cobra 180 mil pesos o caminar sola y tranquila por senderos bien señalizados, puedes escoger los lugares que ofrecen las agencias turísticas o hablar con la gente del lugar y salir a descubrir con ellos sitios escondidos y maravillosos. Todo depende de si lo que quieres es conocer o gastar.
Hay otros atractivos turísticos imperdibles en la zona, como la visita al estrecho del Magdalena, donde nuestro río grande, mide tan solo 2,40 metros de ancho, o la famosa cascada del Mortiño, una de las más altas del mundo, que ostenta una caída de 200 metros. El sitio desde el cual se puede observar mejor la cascada es una propiedad privada, allí te cobran el parqueadero, y hay una oferta de entretenimiento en la que cada “experiencia” cuesta: entre ellas una piscina, un puente de cristal y un pequeño mirador de menos de dos metros cuadrados desde donde se observa la cascada. Para llegar allí hay que hacer una enorme fila y ni siquiera puedes quedarte allí un rato contemplando la majestuosidad de la caída de agua, porque la presión de unos y otros por llegar al abismo para tomarse la foto, no te lo permite.
Paradójicamente, según un estudio reciente de ANATO y Procolombia, la mayoría, el 79% de los turistas en 2022, manifestó ser atraído en primera instancia por el turismo de naturaleza, no obstante, muchos de ellos ven la naturaleza solo como el escenario para tomarse una foto, donde el protagonista es la persona y no la naturaleza, la biodiversidad o el simple hecho de estar allí. Y lamentablemente la oferta de las agencias y de las comunidades no va mucho más allá. Falta medir el daño ambiental y cultural que ya empieza a observarse en zonas donde escasea el agua, o el descontrol sobre la capacidad de carga de los lugares que empieza ya a causar estragos en los ecosistemas, eso sin contar la llegada masiva de extranjeros que eleva los precios de la gastronomía y la propiedad raíz y conduce al desplazamiento de los habitantes nativos en lo que se conoce hoy como el fenómeno de la gentrificación
Por fortuna, aún quedan muchos lugares “vírgenes”, donde el turismo de consumo, ese que impulsa la cultura superficial y capitalista no lo ha contaminado todo. Aún hay mucha gente como Juan o como Arnulfo que, aunque no cuentan con una formación en guianza turística, te muestran su territorio porque lo conocen, lo habitan, lo protegen, y te cuentan cómo viven y cómo han vivido siempre, sin guiones aprendidos de memoria. Por fortuna hay aún ríos, playas y montañas donde caminar y respirar aire puro todavía es gratis.
