Embotellamiento en el Valle de Aburra

Por Jhon Mario Marín Dávila

Pintura de Juan Noreña

Antes de las 5:30 de la mañana, hora habitual para despertarme, empiezo a escuchar afuera de mi casa cómo resuenan los motores de los automóviles y motos por el embotellamiento que se genera a esa hora en la autopista del Valle de Aburra en el sentido norte -sur. Poco a poco he tenido que ir remplazando el ritual de escuchar el reloj con su sonido perturbador para ir a trabajar por el ruido unísono de muchos motores. 

Me levanto con disgusto, sin ganas de dar un paso; pienso que por más que odie el sonido del despertador del reloj, lo prefiero a cualquier clase de motor vehicular. La cólera se apodera de mí. Mientras me organizo para ir al trabajo, el ruido cada vez mayor, sumado a los pitos, me empiezan a desesperar. Escucho más el frenar de los carros de carga pesada y el silbido que emiten las motos, que el sonido de los pocos pájaros que vuelan alrededor de mi casa.

A las 6:00 de la mañana el trancón ya está formado desde el centro comercial Fabricato hasta la Feria de Ganado de Medellín. A las 6:50 de la mañana salgo al paradero de buses, ubicado en el barrio La Florida, Bello. Miro a las personas y tienen el ceño fruncido, algunas no paran de mover el pie y otras de mirar el reloj o celular, como si estos fueran a dar una solución al caos vehicular. Una persona dice en voz alta que lleva más de 15 minutos esperando un bus y, cuando pasa, está lleno.

Miro de norte a sur y no logro encontrar un espacio en la calle: todo está plagado por carros, buses, camiones, tractomulas y motos que parecen gusanos que se profundizan por las grietas de la tierra. Algunos carros pitan y me pregunto ¿por qué lo hacen?, pues no hay forma de que el embotellamiento se disuelva y avance solo por pitar, solo les queda tener paciencia y resignarse.

Escucho un sonido muy fuerte a mi espalda, me pongo alerta, pues ya no solo tengo carros al frente mío, sino que las motos empiezan a pasar rápido por detrás de mí, se han tomado también el camino peatonal, esto me llena de susto. Me volteo para mirar y poner cuidado, y un señor que va caminando no les da permiso y empiezan a pitarle e insultarlo, como si él fuera culpable de andar por el andén. Las/los motociclistas de cualquier forma buscan pasar por el lado de él. ¡Por poquito y atropellan al señor! Él los insulta y los de las motos solo le devuelven risas que irradian la satisfacción de haber obtenido la victoria.  

Luego de unos minutos, logro tomar el bus; los asientos ya vienen ocupados, así que toca estar parado. El calor del bus es impresionante y con el movimiento me empiezo a marear, el cuerpo empieza a rogar porque me baje rápido para no colapsar; la señora que tengo al frente, con una gota de sudor en la frente y su mirada contundente, me hace sentir que tengo que aguantar porque no hay más opciones para no vivir esta experiencia.

El bus avanza poco a poco y logro ver que no hay movilidad por ningún lado en la calle, ni las motos, que por su tamaño tienen más facilidad, avanzan. Más adelante el semáforo está en rojo; cuando vamos a arrancar, resulta que los otros carros que estaban cruzando tapan la vía y el bus no tiene por donde pasar; los carros empiezan a pitar, pero de nuevo esto no ayuda a que avancen, la gente se empieza a desesperar y a decir en voz alta que los conductores por el afán terminan quedando mal parqueados y aumentando el trancón.

Observo todo el interior del bus: algunas personas lograron quedarse dormidas, sus cabezas se mueven para adelante y para atrás, son cabezas que están resignadas al movimiento del bus; otras personas están utilizando su celular, el cual les hace olvidar todo el caos vehicular que está a su alrededor y no sumergirse en el desespero de cuánto tardarán en llegar a su lugar de destino y solo una persona está haciendo su mayor esfuerzo para leer un libro. Escucho al señor que tiene al lado, este le dice que leer mientras se está en movimiento daña la vista, el otro lo mira y le dice: ¿y usted que está anclado al celular no se le daña la vista?, y continúa leyendo.

El bus empieza a avanzar más fluido, aunque todavía lento; de un momento a otro el conductor no mide la fuerza de su pie y presiona la palanca del freno tan duro que todas/os los que estábamos parados terminamos abrazando las varillas que separan la cabina del conductor con el resto de asientos del bus. El conductor se ríe con malicia, con rabia me levanto y nos revisamos para ver si estamos bien. Otro más osado le grita al conductor que aprenda a manejar.

Los segundos se hacen eternos y el ritmo para avanzar es a paso de tortuga. La esperanza de todos vuelve en la Feria de Ganado porque fluye un poco la movilidad, pero se desvanece porque los trancones retornan y se agudizan en la terminal, después del puente del Punto Cero y por la plaza de toros La Macarena.

Luego de pasar la terminal de transporte, algunas personas se bajan, logro sentarme y el señor que va a mi lado se nota que ya viene cansado, me mira y sin protocolos me empieza a contar que cogió el bus desde el centro comercial ciudad Fabricato. Con resignación afirma que antes se demoraba unos 20 minutos en llegar de Bello a la plaza de toros La Macarena y ya se demora hasta tres o cuatro veces más del tiempo normal.

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