“En tu mano hay una tiza, en tu rostro una sonrisa, en tu sueño más inmenso hay un cantar, con paleta y acuarela pinta el maestro de la escuela, cuando su mayor pasión es enseñar”. Grupo Musical Pasajeros.
Por Jhonny Zapata

Escuela indígena en Orocué, Casanare. Jhonny Zeta.
En el oficio que es camino y vocación, guardamos el recuerdo de quienes fueron nuestros profesores de escuela. Para más señas los hay de todas las formas, tamaños y colores, con estéticas elegantes o casuales, desmañadas; de temperamentos fuertes, carismáticos, de risas explosivas, algunas profesoras insospechadamente tímidas o introvertidas.
Desde las escuelas rurales, niños y niñas tienen la suerte de compartir con una segunda mamá, reciben afecto del sustituto del padre que no tuvieron o que ni siquiera conocieron, juegan y ríen con el hermano, con el amigo mayor, con la persona adulta que también por vocación oficia de niño o niña; ahí el perfil de los profes de educación primaria.
Las historias de los docentes rurales, los de las veredas y corregimientos más alejados, se acercan a la narración fantástica, son una inmersión macondiana respecto a cómo les ha transformado esa realidad que demanda compromiso y creatividad. Comenzarían o comienzan así:
En Urrao, conocí escuelas a dos días de camino. Los lunes madrugaba, la chiva salía del parque del pueblo hacia Puente Negro, de ahí en adelante eran dos horas de camino a pie para llegar a la escuelita que estaba hecha en madera, el piso de cemento rústico, no tenía pupitres sino sillas de tabla sin cepillar. Pusimos el agua con una manguera provisional y organizamos una letrina como baño; así iniciamos la escuela. Cada semana una familia distinta me hospedaba y me daba la alimentación. Ese era el acuerdo. Carlos, 40 años de servicio.
Para llegar a esa escuelita de Briceño tenía que amanecer en Yarumal, tomar un carro para llegar al alto, tomar la mula que cada semana se comprometía a dejar un padre de familia distinto, me esperaba hora y media de recorrido hasta la institución; así cada semana. Adriana, 19 años de servicio.
Aunque los retos se escriben con mayúscula, los profes rurales no se arrepienten de su suerte y experiencia. En el juego del “toma todo” la opción ha sido el tomo todo: el desplazamiento al lugar de trabajo, las condiciones físicas de la escuela, las características de los y las niñas, la comunidad y el conflicto armado.
He trabajado por lo menos en ocho municipios y en un montón de escuelitas; en una ocasión me nombraron para trabajar postsecundaria, le pregunté a la encargada de la acción comunal que cuándo llegaban los demás docentes, ella me dijo: ¿cómo así?, ¡es que eres tú! Ah, bueno, entonces vamos a mirar qué material hay; encontré unos casetes, pero no había energía. Después me presenté ante los estudiantes y les dije que iba a ser su docente de todas las áreas. La ciudad ofrece ciertas comodidades, así sean mínimas, pero a veces en el campo la realidad es que ni un lápiz, ni sacapuntas, ni zapatos ni comida, entonces toca tener la capacidad de gestionar, soñar con la comunidad por la materialización de la energía y el agua potable, tocar puertas una y mil veces. Con los años la credibilidad y el sentido de pertenencia hacen que los profes rurales saquen adelante la escuela, la vereda o el corregimiento. Me fui con la idea de que iba a enseñar y regresé con mil aprendizajes. Nadia, 20 años de servicio.
El modelo escolar de Escuela Nueva para la ruralidad llegó a Colombia en la década de los setentas; se pensó como escuelas multigrados, en donde uno o dos profesores atienden todos los grados desde preescolar hasta el grado 5º. Los estudios indicaban que la población rural del país se estimaba en un 65%, pero sus necesidades educativas eran tan grandes que apenas se contaba con un 25% de matrícula escolar. El modelo proponía reunir a los estudiantes por equipos de trabajo, por grado, en mesas trapezoidales para promover el trabajo colaborativo y las pedagogías activas; también se implementaron los “rincones del conocimiento” correspondientes a las áreas de ciencias naturales, ciencias sociales, lengua castellana y matemáticas. El modelo se aplicó en 20.000 escuelas rurales y fue reconocido como uno de los mayores logros del país. Un reto asumido directamente por hombres y mujeres con vocación acérrima, con el carisma de quien pone, casi siempre, su escuelita por encima de su familia, de sus egoísmos. Todos y todas vivenciaron el conflicto armado, algunos tuvieron que huir o la incomprensión les arrebató la vida.
En esa vereda de Granada el reto más grande era hacer que los niños fueran a la escuela porque no les gustaba, y que no se dejaran reclutar por los grupos armados ilegales. Matilde, 30 años de servicio.
Me aventuré a trabajar en Antioquia, venía de la Costa, asociaba la inmensidad del mar con la inmensidad de las montañas, equiparaba esas maravillas de la naturaleza; llegué a la vereda Helechales, del municipio de Toledo, donde me dejaba el carro y me recibía un muchacho con una mulita para bajar a la institución. Con la comunidad se acondicionó la escuela, ese trabajo cooperativo es de los aprendizajes más grandes. Con la llegada de los grupos armados ilegales, el verde de la montaña se empezó a poner tenebroso. Una noche tuve que dormir debajo de la cama, al día siguiente algunos niños me acompañaron hasta la carretera, salí por el miedo. A los campesinos los mataban sencillamente por darle agua a alguien que tenía sed, por darle de comer o asistir a alguien enfermo. Los profes en las veredas somos médicos, psicólogos, consejeros, peluqueros… Marcia, 25 años de servicio.
Nunca se les pregunta, pero todas y todos los profes recuerdan su infancia en la escuela, los amigos, sus tutores (los amables y los que atendían con regla en mano) y los juegos, el respeto y admiración por el docente. Siguen viendo en la escuelita ese universo inmediato dispuesto como laboratorio de asombros, de risa y lágrima sincera, sostienen el convencimiento de la escuela como escenario primario del conocimiento compartido y de la conciencia en pro de las necesidades inmediatas.
Abono: La canción continúa diciendo: Te agradezco con el alma las capsulitas que salvan, del mundo maestro que aprendí de vos. Aprendí que la utopía hay que hacerla cada día, que no es lo mismo una estrella que un millón, bajo un cielo oscurecido hay que estar aún más unidos, para hacer la luz que alumbre la razón.
Los recuerdos vienen a mi memoria. Cuantos kilómetros de distancia, de países, de ideocincracias, tan iguales en sentimientos, experiencias y necesidades, soy maestra mexicana
Me gustaMe gusta