La crónica es uno de los géneros periodísticos y literarios que más nos acercan a las cotidianidades valiosas de esa Colombia que palpita, sufre y vive, muchas veces invisibilizada desde los medios de comunicación hegemónicos. A continuación, y en las próximas ediciones, veremos algunas crónicas de estudiantes del grado once de la vereda El Llano, corregimiento de San Cristóbal, relacionadas con los mecanismos de participación ciudadana, apuestas que indagan desde sus intereses, interrogantes y lecturas del mundo.
Por Valentina Guzmán

Imagen: Jhonny Zeta
Me llamo María Lucelly Pulgarín Marín y nací en 1948, mi esposo se llama Miguel Ángel Correa y nació en 1937. Los dos somos personas nacidas en el campo, pocos saben, pero en el campo se vivió mucho la represión de la mujer. Las mujeres eran consideradas sirvientes o mandaderas, éramos solo objetos de uso y a los padres les gustaba mucho emparejar a sus hijas con los hijos de sus mejores amigos; las mujeres jóvenes no decíamos nada, no nos metíamos en los temas de adultos y sobre todo de hombres. Se nos enseñó que la mujer estaba para servirle a los hombres, nos lo hacían ver como un deber, una responsabilidad, más que como un apoyo; esto era muy molesto ya que se decía que ellos tenían la responsabilidad más grande: sostener económicamente a la familia.
Se nos consideraba débiles e incapaces, era normal tener entre tres y diez hijos, la mujer tenía que estar todo el día cuidándolos y los hombres no sufrían los síntomas del embarazo, pero se sentían con mucho derecho a decidir sobre ellos y nosotras. Fui criada en un ambiente familiar difícil, mi hermosa madre estaba cansada de todo eso y se alzaba a discutir con mi padre, él reaccionaba de manera violenta porque fue criado en un ambiente donde le enseñaron que tenía más poder y más derechos.
También existían las excepciones, personas que se amaban y respetaban, que decidían salirse de sus casas sin las bendiciones de sus familias, es decir, sin el permiso para casarse o vivir juntos. Si no aprobaban, se atrevían a saltar los prejuicios familiares.
En mi familia a nadie le interesaba la política y veían eso de ir a votar como una bobada, una simple pérdida de tiempo, se pensaba que desde que se pudiera cultivar para conseguir el alimento y tener donde dormir no importaba quien quedara, que igual todos los que aspiraban a esos cargos no eran santas palomas y que no es cierto todo lo que prometían o decían sobre el país; todos siempre buscan lo mismo, el poder, la superioridad, intereses personales, en fin; a esto súmale que mi mamá, mi papá y mis tíos y tías nunca votaron, los hombres por falta de interés y a las mujeres no se les permitía, ellas se tenían que preocupar por si el bebé se cagó y hay que cambiarle el pañal.
Ahora lo veo de otra manera y pienso por qué siempre acepté que me trataran de esas maneras tan feas, como si fuera un objeto. De pronto, un día escuché por la radio que estaban peleando por permitir que la mujer votara.
Las mujeres que sí pensaban de manera lógica y crítica fueron muy unidas, hicieron ver que no por ser diferentes, porque así somos genéticamente, somos menos persona, menos fuertes o menos capaces que un hombre. Se luchó y se logró el voto femenino en 1954, me sé el año pero no la fecha exacta, se las quedo debiendo.
Cuando se enteraron en mi pueblo de esto, hubo quienes lo criticaron y quienes lo aplaudieron, el caso es que la noticia salió en la mañana y para la tarde todo el pueblo sabía y las mujeres comentaban entre ellas que era muy bueno, que de a poco se podía salir de la represión.
Yo no sabía cómo sentirme, en realidad estaba joven y en mi casa sobre estos temas no se hablaba, además ni a mis amigas ni a mí nos dejaban salir de la casa solas, pero de a poco fui entendiendo que la mujer se sobre explota y sobre valora y cierto día me rebelé contra mi familia. Había ahorrado algo de dinero y me enteré de unas elecciones que se iban a realizar, entonces decidí que era el momento de ir y demostrar mi existencia, que se me tomara en cuenta como a muchas más personas. Le confié el secreto a mi actual marido, pensó que esto no iba a ser malo. Que gran error de mi parte, puesto que como él no lo vio de mala manera lo comentó en mi hogar. Mi padre todavía era demasiado terco y ese día me dio la golpiza de mi vida y me prohibió seguir viendo a mi novio, mi padre pensó que él tenía algo que ver con mi rebeldía. Tomé la decisión de salir de mi casa con 19 años, independizarme con mi actual marido, quien me dio su apoyo incondicional al enterarse de la situación.
Lo que recuerdo del día que fui a votar es que todo era muy tenso, me miraban con mucha curiosidad, yo estaba incómoda por la situación y dentro de mi cabeza solo podía imaginar situaciones en las que era juzgada. Me acerqué a un funcionario y le dije que nunca había votado, me explicó amablemente lo básico y listo, voté y salí del lugar con apuro, tenía miedo de que la mentira de que iba para la casa de una amiga fuera descubierta. Salí de una familia que me reprimía y ahora puedo expresarme un poco mejor, ahora puedo decir que soy feliz y no me arrepiento de haberlo hecho. En fin, las mujeres actualmente somos libres de expresarnos y eso es bastante bueno para nosotras y para las futuras mujeres que van a nacer sin el miedo a no conseguir un marido y pueden valerse por sí mismas. La represión no ha acabado por completo, pero de a poco todo se puede lograr.