Por Álvaro Lopera

El desastre en la central nuclear de Fukushima en 2011, Foto tomada de nuevatribuna.es.
A principios de 2022 recibimos la ingrata noticia que la Comisión Europea, en cabeza de Úrsula Van der Leyen, había calificado como energías verdes al gas metano y a la energía nuclear, equiparándolas a las energías renovables, como la eólica o la solar. Dicha calificación tenía como propósito legitimar su impulso en la transición energética como sostenibles o no dañinas para el medio ambiente.
A principios de diciembre de 2021 había terminado La Conferencia 26 de las Partes de la ONU (COP26), que aceptó las consignas del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de la ONU. Dicha comisión explicaba que La Tierra estaba seriamente amenazada por el calentamiento global provocado por los Gases de Efecto Invernadero (GEI), los cuales son producidos en múltiples actividades económicas capitalistas, principalmente en procesos de combustión (el 83% del consumo del gas es para combustión), y llamaba a una drástica reducción de dichas emisiones, desde 2022, so pena de tener un panorama apocalíptico en el año 2100 que llevaría a una gran afectación de todas las especies vivas del planeta.
El planeta no desaparecerá, es cierto, pero la vida humana y de millones de especies está seriamente amenazada por la pérdida continua del hábitat natural debido al incremento sin par de la temperatura ambiente. Ello ocurre por la imposibilidad de lograr el equilibrio térmico con la radiación proveniente del sol, y así conservar los ecosistemas necesarios que requiere la vida sana. Pero también está amenazada por la contaminación de ríos, mares, territorios; por la deforestación y desertificación de millones de hectáreas del planeta.
El carbón como solución funesta a la crisis energética
La crisis energética en Europa está en pleno auge, y a ello ha contribuido no solo la disminución de la producción energética mundial (el cénit de la producción petrolera se logró en el año 2010), sino la misma guerra que libra la OTAN contra Rusia en Ucrania, la cual, de contera, también agrega millones de toneladas de CO2 al ambiente. Las múltiples sanciones aplicadas a Rusia por la Unión Europea se convirtieron en un disparo en el pie para ese continente en tanto ha dependido en más de un 30% del suministro energético ruso: gas, petróleo y carbón.
En esta crisis entró el carbón por la puerta grande, pisando duro, puesto que el invierno europeo amenaza con golpear severamente los ya aporreados bolsillos de la población, pues los precios del gas, necesario para generar energía y calefacción, están por las nubes ahora que Estados Unidos y Noruega monopolizaron la venta de este energético. Ayudó también a ello el sabotaje norteamericano a los gasoductos rusos del mar Báltico.
El carbón, si bien es un tétrico contaminante no solo por los GEI producidos tras su combustión sino también por los óxidos de azufre y otras veleidades químicas que contiene en su estructura, es más barato que todos. Y en Polonia y Alemania hay buenas vetas, amén de varios países del Tercer Mundo. Colombia, uno de ellos.
¿Es la energía nuclear una energía amigable con el ambiente?
Los costos altos de la producción que se avizoran –por el alto precio del gas– y la alta inflación han llevado a Europa a renunciar, no circunstancial sino estratégicamente, a los calificativos tradicionales de peligrosa e insostenible que desde tiempo atrás se le dieron a la energía nuclear. Se impusieron pues el desespero y el pragmatismo capitalistas.
Tantas han sido las alertas lanzadas desde la academia y tantas han sido las tragedias que han sucedido y van a suceder con la energía nuclear, que esta debería ser prohibida en todo el planeta puesto que representa una de las mayores amenazas para las futuras generaciones. Paso a contar algunas de ellas:
1. Empecemos por la tragedia más conocida: Chernobyl, Ucrania, abril de 1986. Durante una simulación crítica de un apagón eléctrico para un potencial aprovechamiento de la energía mientras se diera el paro en procura de un mantenimiento, se produjo el aumento súbito y descontrolado de potencia en el reactor cuatro, conllevando a un sobrecalentamiento en su núcleo y la posterior explosión del hidrógeno acumulado en el interior. Hubo una expulsión al exterior de 200 toneladas de material con una radiactividad equivalente entre 100 y 500 bombas atómicas similares a la lanzada en Hiroshima. Más de 31 personas –esta cifra sigue sin conocerse exactamente– fallecieron en los meses siguientes, 135.000 fueron evacuadas, 18.000 fueron hospitalizadas.
2. Fukushima, marzo de 2011. Un terremoto de magnitud 9 provocó que los tres reactores activos de la planta de Fukushima, en Japón, se apagaran automáticamente. Un tsunami de grandes proporciones, con olas de 14 metros, alcanzó la central, inundando los motores diésel con agua salada. A consecuencia de esto, ocurrieron varias explosiones en los reactores nucleares, fallaron los sistemas de refrigeración y la triple fusión del núcleo liberó gran cantidad de radiación al exterior. El Gobierno japonés evacuó a 150.000 residentes en un radio de 20 kilómetros. Gran cantidad de agua contaminada fue liberada en el océano Pacífico durante y después del desastre (lo cual continúa sucediendo hasta la fecha, afectando la alimentación marina de todo el planeta).
3. Three Mile Island, 1979. El 28 de marzo de 1979 se presentó una fusión parcial de un reactor en esta planta de Pensilvania, Estados Unidos. Un fallo en un circuito provocó el escape prolongado de agua radiactiva, por lo que de inmediato se procedió a la evacuación del lugar y sus alrededores. No se lamentaron pérdidas de vida humanas, aunque cerca de 250.000 personas residían a menos de ocho kilómetros de la central. Con el tiempo varios niños nacieron con severas malformaciones genéticas.
Han sido decenas de accidentes nucleares ocurridos en los países del mundo donde dichas centrales han existido y todo ello ha sido callado por los medios de comunicación. Para 2018 existían 449 centrales nucleares en el mundo y estaban en construcción 54 más. Los dos grandes accidentes, Chernobyl y Fukushima, frenaron muchas construcciones de estas centrales, solo que ahora el interés económico capitalista les abrió, de nuevo, las puertas. En ese año, de acuerdo a Ecologistas en Acción, existían 250.000 toneladas de basura nuclear en todo el mundo, sin que exista tratamiento alguno para estos residuos ni forma de almacenamiento segura.
Los principales residuos de estas centrales son tres: el uranio-238, el uranio-235 y el plutonio. Estos residuos serán peligrosos para siempre. El plutonio tarda 24 mil años en perder la mitad de su radiactividad. El uranio-235, 700 millones de años y el uranio-238, 4 mil millones de años. No hay ningún sitio seguro donde depositarlos, por lo que las “soluciones” son experimentos insensatos, como almacenarlos en antiguas minas en profundidad, o auténticos atentados ecológicos como hundirlos con barcos en las costas de África. Y estas crisis las maquilla la Organización Mundial de la Salud (OMS) aumentando caprichosamente los niveles mínimos de seguridad de uranio en el agua.
Europa, pues, no es un ejemplo a seguir en el cuidado ambiental por ningún país del mundo.