Por Renán Vega Cantor

El eurocentrismo siempre nos obliga a remitirnos a lo que acontece en Europa o en Estados Unidos (el hijo putativo del viejo continente) porque ellos se presentan a sí mismos como el centro del mundo, cuando no como el mismo mundo. Más allá, todo es soledad y miseria que no merece ser considerada, porque, para los eurocentristas, sencillamente no existen el resto de los habitantes del planeta Tierra, aunque sí sus apetecibles riquezas. Ahora es necesario mirar a Europa con una perspectiva crítica, porque lo que allí sucede es un anticipo del futuro que nos espera, gracias al capitalismo realmente existente. Ese es un espejo en el que todos tenemos que mirarnos. Nos referimos a la crisis energética que pone en riesgo la reproducción del modelo europeo de opulencia y consumo ostentoso para un setenta por ciento de su población. Por eso, algunos sociólogos la han llamado la Sociedad de los Dos Tercios.
La guerra entre Rusia y la OTAN (Estados Unidos en verdad), con Ucrania como territorio donde se desenvuelven los enfrentamientos militares y donde mueren y resultan heridos miles de seres humanos, ha develado una característica del capitalismo, que siempre se ha tratado de negar: el crecimiento ininterrumpido y la acumulación de ganancias solamente son posibles por la existencia de fuentes de energía fósiles, baratas y “abundantes”. Es ese espejismo energético el que ha hecho posible los niveles de despilfarro y consumo que se exhiben impúdicamente en la Unión Europea, y principalmente en los países dominantes [Alemania, Francia, Inglaterra].
Cuando, por las sanciones a Rusia, se han reducido los suministros de gas y petróleo, se evidencian las limitaciones del capitalismo con “rostro humano”, cuya existencia solo ha sido posible porque se ha apropiado de riquezas minerales y energéticas que se encuentran en la periferia del capitalismo, como en Rusia. Este país, tras la desaparición de la Unión Soviética, fue convertido en una República Bananera en la que las grandes potencias se repartieron sus riquezas como un botín de guerra.
Al interrumpirse o frenarse el flujo de esas riquezas, ha quedado al descubierto la fragilidad del tal modelo europeo, que depende en un alto porcentaje, en promedio un 40%, del gas y petróleo de Rusia. Como ahora no ha podido imponer sus condiciones al antiguo vasallo del oriente de Europa, empieza a sufrir porque no puede activar su economía productiva y se ve en aprietos para remediar las necesidades de la vida cotidiana de la gente.
La arrogancia de la superioridad europea se ha basado en el suministro ininterrumpido de energías fósiles. En estos instantes, a medida que se acerca el invierno, los gobernantes de diversos países de la Unión Europea empiezan a delirar. En Alemania se ha decidido que en los pasillos y en áreas poco transitadas de los edificios no se use calefacción. En Berlín se han apagado las luces de más de doscientos monumentos y edificios. En Francia se apagaron los anuncios luminosos entre la una y las seis de la mañana en las ciudades con menos de ochocientos mil habitantes y se prohíbe que las tiendas y comercios tengan abiertas sus puertas si están utilizando aire acondicionado. En Italia se ha ordenado reducir en un grado la calefacción para el próximo invierno. En la Republica Checa se le sugiere a la población que ponga cortinas o persianas para evitar el frío. En España, el Presidente del gobierno, Pedro Sánchez, asistió a una reunión sin corbata y pidió a todos los ciudadanos imitarlo para ahorrar energía.
En diversos círculos de la Unión Europea se ha recomendado que se seque la ropa al aire libre, se generalice el “baño francés” y las personas se laven solamente cuatro partes del cuerpo, incluyendo las zonas intimas. Se le implora a la población que se bañe menos días a la semana y con menos agua y dure menos tiempo en la ducha o que lo haga con agua fría, ¡en invierno! Se exige que los europeos viajen menos en avión y utilicen menos el automóvil privado.
Estas “sabías recomendaciones”, hechas por individuos de las clases dominantes que nunca las pondrán en marcha, van dirigidas a la gente común y corriente, pero, por supuesto, no pueden ocultar el problema central: el déficit de energía en Europa, el motor que permite que la economía capitalista funcione a todo vapor, literalmente. Por ello, se ha planteado el retorno al uso del carbón, lo cual es una cruel ironía porque era ese continente, y en especial Alemania, el que más presumía de una transición hacia energías limpias en los próximos diez años. Claro, se está dando la transición energética, pero hacia atrás, hacia el carbón, el combustible fósil más contaminante de todos los que existen.
Como para que no queden dudas, en Polonia, uno de los países más retrógrados y antidemocráticos de la Unión Europea, y que depende del 60% del gas ruso, se ha aprobado una ley que permite que los ciudadanos recolecten leña para calentar sus hogares, pero ¡solamente las ramas caídas y las que tengan menos de siete centímetros de grosor!
Lo que sucede en Europa es un anticipo de lo que le espera al mundo ante el agotamiento irreversible de los combustibles fósiles, la oscuridad plena. Queda claro que a la iluminación artificial y al gasto y despilfarro de energía con las luces, como las de navidad, le queda poco tiempo, está en su fase terminal.
Los hechos le están dando la razón a Richard Duncan, quien en 1989 formuló La Teoría de Olduvai [por la caverna del mismo nombre en Tanzania, donde se han encontrado algunos de los restos más antiguos de la humanidad]. Cuando él predijo, a partir del agotamiento de los combustibles fósiles, que después de 2030 gran parte del mundo iba a regresar a la época del apagón total, lo tildaron de lunático, de enemigo del progreso. Pues ya estamos llegando a ese apagón, que se produce en muchos lugares del mundo, entre los más pobres y asediados del mundo por las potencias imperialistas, entre los cuales están Cuba, Venezuela, Haití, Somalia, Libia, Afganistán, Irak, Siria… Dicha oscuridad, inducida por el capitalismo imperialista, nunca quiso ser vista por el resto del mundo, porque no afectaba a los “civilizados europeos”, pero ahora que la empiezan a sufrir en carne propia es como si el mundo se fuera a acabar. Y sí, se va a acabar un mundo, el de la ostentación y el consumo capitalista, lo cual sería una buena noticia si no estuviera acompañada del fascismo energético que se dibuja en Europa. Ese fascismo energético propugna por un gueto de clase en el que las minorías opulentas sigan en la fiesta energívora, mientras que los pobres y trabajadores de Europa se hunden en el hambre y la miseria, que acompaña el apagón que viene en marcha. De tal forma, ya estamos en el futuro, cuyas condiciones exigen seguir luchando contra el capitalismo para que no nos deje en la oscuridad absoluta.