Somos la suma de las experiencias vividas, las cuales son el resultado de los entornos que nos rodean. Por eso, antes de hacer un juicio individual sobre los problemas emocionales, el llamado es a hacer un análisis del contexto donde habitan las personas.
Por Jhon Mario Marín Dávila

Los colegios son uno de los lugares donde educan a las personas con el objetivo de que tengan unos conocimientos para la vida y se desenvuelvan mejor. Son 12 años o más que estamos en el colegio y donde no solo vamos a aprender, sino que tenemos que convivir con otros durante 6 o más horas al día, de lunes a viernes. El colegio y la educación no son tan hermosos como se afirma en los discursos o se le escucha a cada familia, pues estos, con un solo modelo de aprendizaje, quieren que todas y todos entiendan de la misma manera y quien no entienda así es referenciado como un mal estudiante o que tiene problemas de aprendizaje. Esto termina siendo una gran presión para las niñas, niños y adolescentes, a quienes se les resalta a cada instante que tienen que ser los mejores y responder a todo conocimiento.
La realidad es que las y los niños no solo aprenden, sino que también viven experiencias incómodas que atentan contra su salud mental o llegan con experiencias poco agradables desde el entorno familiar, las cuales terminan manifestándose en el colegio. En otros casos, muchas y muchos se callan para no ser vistos como personas lloronas, e incluso se cuidan de expresarse ante sus cuidadoras o cuidadores porque consideran que estos le pueden contar a toda la familia o a sus amistades.
Natali, estudiante de bachillerato de uno de los colegios del Valle de Aburrá, comenta que “las familias nos exigen mucho, son estrictas, dicen que seamos los mejores, que tengamos las mejores notas; nos comparan con quien va bien, sin importar como nos sintamos o pensemos. Y yo también me pregunto: ¿en qué momentos nos van escuchar, si la gran mayoría de los padres y madres trabajan y no nos dedican el suficiente tiempo, o se hacen los que nos escuchan, pero están cansados y no prestan atención?”. Y continúa: “Y los maestros nos hacen sentir mal cuando no comprendemos de inmediato, los profesores nos dicen “payasos” o que nos cambiemos de colegio si no estamos de acuerdo con ellos, y lo más duro es que no nos dejan expresar como estudiantes y cuando nos expresamos nos callan”.
Los sentires y los pensares se dejan a un lado, ya que se debe estar en una sociedad “normal”. Sumado a esto, en el entorno escolar se manifiestan diversos comportamientos de los estudiantes: unos a causa de la situación que viven en las familias, otros de la situación del territorio donde viven o de las dinámicas políticas, económicas y de conflicto armado que vive el país.
Se vuelve el colegio un entorno donde se expresan de muchas maneras las emociones y en estos espacios la desprotección es preocupante porque muchas niñas y niños violentan a otras y otros. Natali dice que “los malos comentarios los hacen a los más “débiles”, se burlan de su físico, del cuerpo gordo, flaco o distinto, por la voz, por la estatura, porque tienen gafas, por las maneras de las piernas, por cómo se corta el pelo; a la mujer que habla con muchos le dicen grilla, a los que no sirven para el estudio por no entender les dicen brutos, al que participa en clase le dicen lambón. La violencia física la ejercen con estrujones, golpes, patadas, calvazos, jalan el cabello, manosean; también les dañan los útiles escolares y les botan las cosas”.
Natali cuenta, además, que ha podido hablar con quienes hacen bullying: “Me dicen que lo hacen porque antes les hacían bullying a ellos. O en las casas el papá, la mamá o quien cuida de ellos y ellas les pegan o las tratan con malas palabras, también porque las familias alegan sin importar que estén ellos presentes; algunos han visto que el papá le pega a la mamá, otros se dan cuenta de las infidelidades. Muchos están afectados por la muerte de algún familiar”.
Esta variedad de dinámicas lleva a que algunas niñas, niños y adolescentes no se sientan bien o protegidos en los colegios y tengan afectaciones en su salud mental. Natali comenta que no pide acompañamiento psicológico por miedo a ser juzgada por la familia y el entorno cercano -se tiene aún el imaginario de que quienes van al psicólogo es que están locos-. Y cuando habla con sus amigas y amigos que van al psicólogo o psicóloga estos dicen no sentirse escuchados por dichos profesionales o que algunos de estos no tienen la precaución desde su discurso, haciéndoles sentir culpables por las situaciones que atraviesan.
Las problemáticas que desequilibran la salud mental en los colegios no es de ahora, es un tema que ha perturbado por generaciones a las y los estudiantes y no es por falta de carácter. Esta es una situación de violencia naturalizada donde hay expresiones que son heredadas mediante la cultura, las políticas y las prácticas económicas que permean la cotidianidad de las niñas, niños y adolescentes, convirtiéndose en algo común en nuestros días.
A la salud mental de las niñas, niños y adolescentes en los colegios debe dársele la importancia que merece y no ver sus reacciones como caprichos que se manifiestan en las etapas de crecimiento. Si seguimos dejando a un lado la salud mental y no cortamos estos problemas de raíz, la misma sociedad seguirá salvándose de culpas y revictimizando a sus víctimas.
Hace falta mucha educación… especialmente debe educarse a la sociedad, en todos sus niveles de edad, género, oficios, escolaridad etc. Y empezar cambiando el modelo competitivo por un modelo colaborativo.
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