España asegura su futuro geopolítico a costa del futuro del pueblo saharaui

Por Álvaro Lopera

El mundo arde en guerras y en preparativos para ellas, incluyendo la que lleva a efecto el Frente Polisario desde noviembre de 2020 contra el corrupto reino de Marruecos, pero eso no fue óbice para que Sánchez, el presidente “socialista” español, se pusiera las botas franquistas y firmara una grosera carta en donde reconoce a Mohamed VI –rey de Marruecos– derechos de propiedad sobre el Sahara Occidental que solo Trump, Francia y Alemania, por encima de la ONU, reconocen, para bien del capital internacional y para mal de los más de 600 mil habitantes saharauis que aún esperan vivir en la patria arrebatada.

Foto tomada del portal
porunsaharalibre.org

Microhistoria para quien acaba de llegar

El Sahara Occidental es un territorio no autónomo del noroccidente de África, de 266.000 Km², ubicado al sur de Marruecos, el cual fue tomado por España en 1881 en el marco del reparto de este continente por las potencias europeas. El pueblo saharaui desde entonces ha vivido bajo la batuta colonizadora de España que es la potencia administradora que no ha convocado a las acciones que se comprometió desde los tiempos de la dictadura franquista, entre ellas, el referéndum de autodeterminación para votar, por el pueblo saharaui, la descolonización aprobada por la ONU en la década de los 60 del siglo pasado.

En 1973 nació en ese territorio el Frente Polisario (acrónimo de Frente Popular por la Liberación de Saguía el Hamra y Río de Oro) el cual emprendió la lucha armada para forzar a España a otorgar la independencia. El referéndum nunca se llevó a cabo, y peor, Marruecos y Mauritania tras la agonía del fascista Franco en 1975 reclamaron el territorio como propio y España, con el auspicio norteamericano, hizo un acuerdo traicionero con dichos países para intentar trasladarles la administración de la colonia. Desde ahí se armó la guerra contra el Polisario, la cual se detuvo en 1991 con una derrota temporal, en tanto Marruecos tenía tomado el 67% del territorio inicial y el Frente Polisario, que había fundado en 1976 la República Árabe Saharaui Democrática (cuyo presidente actual es Brahim Gali), solo controla, desde entonces, la parte árida de la extensión inicial sin salida al mar Atlántico y sin ningún tipo de riquezas. Allí vive parte de la población en condiciones muy precarias y el resto lo hace como refugiados en Argelia.

Se detuvo el accionar de los fusiles y se quedó en el aire el alto al fuego y la confusa promesa de llamar al famoso referéndum para dar cumplimiento a la descolonización aprobada por la ONU, algo que todavía no se cumple.

Año 2022: la  traición española y la esperanza en desbandada

Pasaron 29 años que sumaron miles de muertos con minas plantadas por Marruecos en la línea divisoria de los dos territorios, además de enfermedades, pobreza, sometimiento a las ayudas internacionales y la opresión de la población saharaui que vive en condiciones de total control por el aparato militar marroquí en ese 67% rico en fosfatos, pesca, petróleo, hasta que el cansancio y el abuso de sus derechos los obligó a retornar a la guerra en noviembre de 2020 (silenciada en los medios occidentales) y a llamar con gritos de auxilio a una ONU que ha sido sorda y muda en el proceso de recuperación de su patria.

España no ha cumplido su papel de protectora de la población saharaui -en tanto Estado colonial administrador- al que la obligan varias resoluciones del comité de descolonización, sino que, por el contrario, ha ejecutado el rol más nefasto: el de convertir el territorio saharaui (presa económica de Francia, Alemania y Estados Unidos) en un espacio de puja geopolítica con Marruecos.

La última traición de alto calibre la lanzó el gobierno “socialista” de Pedro Sánchez el pasado viernes 18 de marzo, cuando el tirano Mohamed VI informó a la opinión pública el texto de la carta enviada por Sánchez en donde aceptaba la propuesta de 2007 hecha por Marruecos que definía para ese territorio una anexión y una autonomía relativa, es decir, que no tendría competencia en política exterior, seguridad y defensa pues la potestad la tendría la potencia colonial; en suma, cero autodeterminación. Pedro Sánchez afirmaba que aceptaba que Marruecos tuviera bajo su mando tanto el territorio como la población saharaui, llamando a esta oferta del opresor, la propuesta más realista y pragmática posible, traicionando el destino de los saharauis como ningún otro gobierno, incluidos los de derecha, se había atrevido a hacerlo.

Ese acuerdo aprobado solo por los Estados europeos arriba descritos y por Estados Unidos, conllevaría a que Marruecos respetaría los territorios españoles de Ceuta y Melilla, que son enclaves coloniales que perduran desde el siglo XIX y que tienen presencia en las narices del reino marroquí, controlando con ello las migraciones de africanos hacia España que Marruecos ha aupado como presión para que se acepte su dominio sobre el rico territorio saharaui.

Aprueba pues Sánchez, con la tibia protesta de su aliado, el partido Podemos, las innumerables violaciones a los derechos humanos, los asesinatos, desapariciones y en general la opresión de un reino medieval que pretende establecer un Reich alauita prosionista en el noroccidente africano con el aval del imperialismo, máxime ahora que la guerra de Ucrania está haciendo estallar la vieja geopolítica imperialista y África empieza a ser mirada con ojos llenos de sangre y de deseos de control total de parte del salvaje Oeste en tanto China y Rusia tienen allí una presencia importante.

Podría ser condenado Sánchez por la Corte Penal Internacional en tanto devino cómplice de crímenes de guerra por apoyar la adquisición de territorio saharaui por una fuerza armada, pero como están las cosas pasará mucha agua bajo el puente sin que ello se cumpla; solo hasta que el pueblo mismo con la ayuda de todos los pueblos del mundo libere esa tierra en la que han vivido y han muerto las viejas y las nuevas generaciones saharauis, no tendremos a los acusados imperialistas haciendo fila en el cadalso de la historia.

Es el tiempo de la mayor solidaridad posible con el pueblo saharaui.

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