La vida militar: ¿Entrenados para matar?

Por Carlos Gustavo Rengifo Arias

Fotograma de la película Full Metal Jacket (1986) de Stanley Kubrick

Recientemente, un soldado adscrito a la brigada 23 del Ejército colombiano en Túquerres (Nariño), fue grabado lanzando un cachorro al vacío, mientras los demás celebraban. Esto sucede en un momento en que se han destapado una gran cantidad de abusos sexuales por parte de los militares hacia la población, particularmente infantil, como es el caso de las niñas indígenas en Risaralda y en el Guaviare.

Estos casos de abuso y violación por parte de militares no son nuevos, ni mucho menos aislados, y parecen estar relacionados con la lógica militar y las técnicas de entrenamiento difundidas por los militares estadounidenses entre 1987 y 1991 para cursos de entrenamiento en la Escuela de las Américas (SOA). Se conoce que existen manuales similares, pero más antiguos, que datan de 1963 y que demostrarían que los EE.UU. han enseñado, históricamente, técnicas como la ejecución, extorsión, tortura y electrocución.

Tres películas, ambientadas en el contexto de la guerra de Vietnam, dan cuenta de la vida al interior de los ejércitos, a saber: “Full Metal Jacket” (Stanley Kubrick), “Casualities Of War” (Brian De Palma) y “Apocalyse Now” (Francis Ford Coppola). Veamos algunos elementos representativos.

¡Señor! !Sí señor!”

Una película icónica sobre el entrenamiento en los ejércitos y la experiencia en el campo de batalla es “Full Metal Jacket (1987), más conocida como “Cara de guerra”, del director Stanley Kubrick. En ella se muestra el entrenamiento brindado a un pelotón de marines bajo las órdenes del sargento de infantería Hartman, un personaje abusivo y maltratador, quien cree que entre más maltrate a sus soldados mejores hombres de guerra serán.

Sus técnicas consistían, entre otras cosas, en la obediencia por la obediencia, la continua puesta en duda de la virilidad de los soldados, tratándolos de “nenas”, “maricas, “gusanos inmundos”, y el maltrato físico directo hacia uno de los soldados, al obligarlo a ahorcarse así mismo con su mano. También es representativo el culto al fusil como elemento identitario de lo masculino al relacionarlo con el miembro viril y al catalogarlo como su esposa, su amante y su mejor amigo, sin el cual no son hombres ni soldados. Por último, podemos observar el continuo entrenamiento mental de odio al enemigo y el disfrute por aniquilarlo. A mitad de la película, Lawrence, uno de los soldados más maltratados por su comandante y compañeros de pelotón, no soporta tanta presión, termina enloquecido y suicidándose, no sin antes asesinar a su comandante.

Ocio portátil”

Otra de las situaciones bastante comunes en la vida de los ejércitos es el abuso hacia miembros de la población civil en sus respectivos territorios. La película “Casualities of War” (1989), o mejor conocida como “pecados de guerra” del director Brian de Palma, tiene como tema central el concebir a la mujer como botín de guerra, más si es considerada del lado del “enemigo”. En ella, el soldado Max Erikson, un joven que creía que su participación en la guerra ayudaría a los vietnamitas, presencia el rapto, por parte del desquiciado sargento Tony Meserve y del resto del pelotón, de una joven campesina de un poblado en Vietnam. La chica es asumida como “ocio portátil”, bajo la excusa de que “romperá el aburrimiento y mantendrá alta la moral de los soldados”. La joven es violada por todo el pelotón y finalmente asesinada en medio de su travesía por los campos vietnamitas, bajo la mirada horrorizada e indignada del soldado Erikson. Los mecanismos ideológicos de presión militar son similares: tratar al comandante casi como un conquistador; el tratamiento al enemigo como “escoria, gusano, cucaracha”, lo que justifica su destrucción total; el miembro viril como arma y el uso utilitario del miedo a la muerte para transformarlo en ira, odio y deseo de matar al “enemigo”. Cabe también resaltar el deseo de ocultamiento sistemático de la situación en toda la cadena de mando militar y el intento de asesinato al soldado Erikson, por su insistencia en denunciar el acto como un crimen de guerra por parte del Ejército norteamericano.

¡Matar, Matar, Matar!”

En una delirante película llamada “Apocalypse Now” (1979), el director Francis Ford Coppola pone en escena lo que se conoce como el “destino manifiesto” de EEUU, un sentimiento de superioridad sobre todos los pueblos del orbe y un auto proclamado liderazgo para “liberar” al mundo del comunismo. En ella se narra la vida del Capitán Millard, un hombre al borde del colapso mental por efectos de la guerra, quien es contactado por sus superiores para una misión secreta: asesinar al coronel W. E. Kurtz, un héroe de la guerra de Vietnam que se ha desvinculado de la cadena de mando, ha enloquecido y ha organizado un ejército propio con soldados americanos y población nativa que lo ha convertido en un Dios. La película es una radiografía de los desastres de la guerra y de cómo los miembros del ejército son enloquecidos por y para la guerra, convertidos en máquinas asesinas.

Lo que ha pasado en los ejércitos, y particularmente en el colombiano, no es ficción. En un debate de control político a las fuerzas militares en 2019, algunos de cuyos fragmentos fueron publicados por el diario El Tiempo, se denunciaba que entre los años 2000 y 2016 se suicidaron 1.155 integrantes del Ejército, en casos relacionados con maltratos y tratos crueles a los soldados. En lo que respecta a los abusos hacia la población civil, desde 2016 se ha vinculado a integrantes de la institución con casos de abuso sexual que involucran a menores de edad. El mismo general Zapateiro, comandante del Ejército, ha informado que hay 118 integrantes de la institución investigados por este tipo de delitos, de los cuales 45 ya fueron retirados del servicio activo.

Por otro lado, el ansia de mostrar resultados y dar una imagen combativa a las Fuerzas Militares ha generado la tenebrosa práctica de los “falsos positivos”, muertes ilegítimamente presentadas como bajas en combate por agentes del Estado. Esto ocurrió sobre todo durante el segundo mandato del entonces presidente Uribe, situación que según la Fiscalía dejó 2.248 asesinados, aunque según las organizaciones de víctimas la cifra supera los 10.000.

Lo anterior ha sido el resultado de un entrenamiento que ha buscado formar hombres con corazón de piedra, que sean capaces de asesinar sin compasión, indestructibles, sin miedo, sin ética, sin culpa ni discernimiento moral, y enloquecidos por la ilusión de la victoria. Todo ello instrumentalizado por una élite despiadada que quiere mantener a toda costa su poder.

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