
Por Andrés Álvarez
Territorios Nacionales
Recuerdo mis clases de geografía, cuando la profesora nos ponía el mapa de Colombia en frente y hablaba de la división política aludiendo a las partecitas que sumadas completaban el país. No alcanzaba a pensar cuán fragmentado estaría este, sin saber que el termino división política resumía perfectamente la convulsa historia que después me enseñaron.
La lección de geografía que se debía recitar decía que Colombia estaba dividida en departamentos, intendencias y comisarías; estas dos últimas categorías correspondían al concepto de territorios nacionales en alusión a lugares apartados, selváticos, abandonados e inhóspitos.
Siendo pequeño, vi en televisión una versión de la novela de Germán Castro Caicedo Mi alma se le dejo al diablo. Me hice una imagen de un Amazonas exuberante de vegetación en la que un hombre barbado, el protagonista, Jairo Camargo, recostado en un gran árbol era abandonado por el zoom out de la cámara, mostrando de paso la vastedad de la selva. Esta imagen fue lo más cercano al concepto de territorio nacional que quedó en mi mente.
El manido uso y abuso del término
Varios años he trabajado viajando por los campos de Antioquia y he podido ir a 122 de sus 125 municipios, tanto a los cascos urbanos como a sus veredas; también he podido ir a otros lugares de Colombia y me ha parecido particular la manera en que el término trabajo en campo se fue transformando en trabajo en territorio. De alguna manera se fue volviendo más sofisticado el concepto, pero también adquirió un carácter genérico que ha convertido a lo rural, al campo, en algo aún más periférico de lo que la idea entraña, reforzando la condición de marginalidad que la oposición a la ciudad, a lo urbano, supone, y que la realidad valida.
Escucho a mis compañeros de trabajo diciendo que están en territorio, en la lejanía, distantes de la ciudad, en los lugares de la gente que necesita ayuda, estancada en el tiempo. Y suena parecido a lo que el gobierno dice, estar en el territorio, cubrir el territorio, defender el territorio, como afirmaciones que terminan confirmando la negación que se evidencia en el día a día, aquella que muestra la ausencia estatal.
Entonces pasa que de tanto mal usar el término se diluye su importancia, se enmascara la dimensión de los hechos mismos, de la cotidianidad que las personas confieren a un concepto que ellos tienen claro como protagonistas, pues lo valoran, lo viven, caminan sobre él y lo defienden incluso con sus vidas.
La profundidad, las dimensiones y vida del territorio.
La intuición pasó a la práctica, y a partir de estas dos decidí profundizar sobre el término mediante un ejercicio académico en el que abordé el estudio de los territorios indígenas, específicamente el de la nación Guna Dule. Respecto a esta experiencia podría contar algunas historias, desde la voz del observador participante, como lo llama la academia. Por ejemplo, que para esta nación existen territorios espirituales, como los cementerios donde se observan los objetos de los difuntos en casitas semejantes a las cotidianas, por lo que el mundo ultraterreno de los Dule posee una dimensión territorial que testifica que incluso después de la muerte se sigue habitando a la madre tierra. Y la permanencia transita hacia ese lugar importantísimo que es el origen como una constante territorial donde el cementerio es otra forma de ocupar a Owitarialibili, la superficie donde está la gente de oro (Los Guna Dule).
Es esa riqueza y complejidad la que muestra cómo para los pueblos indígenas el territorio es una parte indisoluble de su cultura, de su identidad y de su vida, de su trasegar como sujetos históricos, como pueblos y naciones que se autodefinen como tal, precisamente en un territorio definido. Esto en contraposición con la idea dominante que pretende borrar la tradición de los primeros, buscando establecer los propósitos del estado-nación en la lógica del capitalismo, imponiendo fronteras nacionales e internacionales, demarcando límites, la mayoría de las veces arbitrarios, para lo que han sido y deberían ser los territorios indígenas, en palabras de Fals Borda, recortes políticos de realidades históricas.
Valoración del territorio
Luis Carlos Agudelo, mi director de tesis y gran humanista, ya fallecido, explicaba que territorio proviene de terra (tierra), “parte superficial del planeta no ocupada por el mar; país, región” + itorium, terminación nominal que indica utilidad para. Palabras como consultorio, dormitorio… son similares en este sentido. Una interpretación al concepto occidental de territorio, en tanto lo utilitario como servicio que pueda prestar un determinado espacio geográfico usado, es que en estos tiempos de globalización capitalista se cosifica como el espacio geográfico que tiene la posibilidad de generar valor, ya sea por sus servicios ambientales, por su posición geoestratégica o por su valor político como bien soberano.
Entonces las personas habitan un territorio, pero este tiene múltiples dimensiones, tiene historias, relaciones sociales, relaciones simbólicas. Y posee un valor que va más allá del carácter predial, de la renta de la tierra y la simple transacción que le da una minera, una empresa inmobiliaria, el mismo Estado.
La valoración del territorio y la complejidad de su concepto se la da la misma gente que lo vive, lo construye, lo defiende y lo lega a las generaciones venideras a través de las diferentes culturas, las agriculturas, todos los conocimientos que se cultivan de generación en generación a través de relatos, memorias, procesos sociales. Esto explica por qué la gente vuelve a su territorio después de la guerra, después del destierro, después de la inclemencia de un Estado desterritorializante que busca borrar esa memoria sin éxito alguno, con la creencia de que esa periferia a la que llama territorio no tendrá dolientes, vivientes y supervivientes. Por el contrario, el componente humano del territorio, territorios en sí mismos que llevan sus fincas, resguardos y pueblos en sus mentes, muestran que las personas pueden volver a rehabilitar, a revivir y darle continuidad a esa tierra de todos que algunos buscan que sea de nadie, el territorio.