El milagro Medellín

Por Rubén Darío Zapata

Foto Ilustración Mauricio Moreno

Había transcurrido poco menos de un mes de la cuarentena obligatoria decretada por el gobierno de Iván Duque cuando nos atrevimos a salir de la casa y del barrio. Queríamos hacer un mercado de verdad, donde pudiéramos escoger lo que llevábamos después de haber visto su calidad y comparado su precio, pues los primeros domicilios que recibimos de La Vaquita nos dejaron decepcionados: primero porque nos demoramos más de un día intentando comunicarnos para que nos tomaran el pedido; segundo, porque el domicilio se demoraba hasta 72 horas para llegar a tu casa, y cuando llegaba te dabas cuenta que faltaba la mitad de lo que habías pedido y la disculpa era que estaba agotado; tercero, porque los precios eran como para desmayarse, y sin posibilidad de discusión ni de devolución.

El minimercado de la esquina era la otra opción; pero siempre estaba atiborrado de gente a la entrada, nadie se protegía, ni siquiera los que atendían, y nadie ponía orden. Además, buena parte de la gente que atiborraba la esquina ni siquiera estaba comprando; parecía gente que se aburría en la casa y no veía ningún problema en hacer de la esquina su parche. La Policía pasaba por allí, veía el tumulto y seguía derecho, cuando no era que se detenía a saludar a los ociosos y a conversar un rato con ellos. Entonces optamos por pedir las cosas a domicilio, aunque la tienda quedaba a solo dos casas de la nuestra. Pero ni siquiera el domicilio nos daba confianza, porque sabíamos que quien nos lo llevaba y quien lo había empacado no habían guardado protección alguna, a pesar de haber estado en contacto todo el tiempo con muchísima gente tan desprotegida como ellos.

Por la calle 30, bajando desde el parque de Belén hacia el centro, todo estaba funcionando como un día normal, la gente transitando como si nada, y los almacenes abiertos igual que en temporada. Las calles en el centro estaban llenas de vendedores informales y, sobre todo, los bajos del viaducto del Metro, cerca de la estación Prado, seguían tan atestados de gente vendiendo cachivaches o tirando vicio como siempre. La tienda donde buscamos el pescado estaba rodeada de carretas de vendedores informales que competían por venderte más barato los montecitos de cachama o tilapia, todos ajenos a las mínimas medidas de protección y distanciamiento social.

Era un hecho. La gente que vive del rebusque no puede quedarse en las casas esperando las ayudas prometidas por el gobierno, que en la mayoría de las veces no llegaron y si llegaron lo hicieron una vez y se esfumaron. Lo sorprendente era ver después en las noticias cómo publicitaban a Medellín como la ciudad milagro, en donde el contagio del Covid-19 se había controlado rápidamente. Y más sorprendente todavía era que el alcalde atribuyera dicho éxito al buen comportamiento y disciplina social de los paisas y a su manejo inteligente de la última tecnología.

En nuestra cuadra, por ejemplo, algunos vecinos asumieron la cuarentena como unas buenas vacaciones de fin de año, así que nos ha tocado aguantarnos por lo menos una rumba cada fin de semana, con invitados de otros barrios. Cuando hemos compartido nuestra indignación con amigos la respuesta casi siempre ha sido que por su cuadra pasa igual. Por eso no entendíamos a qué se refería el alcalde con el comportamiento ejemplar y la disciplina social de los paisas.

Sin embargo, presentar a Medellín como todo un ejemplo en el control del virus le permitió abrir la economía de la ciudad (la formal, porque la informal nunca cerró) prácticamente sin restricciones, y sin las medidas estrictas necesarias. Por ejemplo, mientras la alcaldesa de Bogotá mantiene las restricciones en el Transmilenio y cierra varias estaciones en zonas de alto riesgo de contagio, el Metro de Medellín funciona normalmente, con un distanciamiento social que no supera los 60 centímetros. Mientras en Bogotá, en el día sin Iva los centros comerciales abrieron a partir de las 12 del día, a pesar de las presiones de los comerciantes, en Medellín se les autorizó abrir las 24 horas y se eliminó la restricción del pico y cédula para que todos salieran como locos a comprar.

Todavía no podemos calcular los efectos perversos de tamaña indolencia, pero se evidenciarán pronto con la multiplicación de los contagiados. El gobierno nacional ha insistido en mantener la fiesta del consumo que supone el día sin Iva para las otras dos fechas mencionadas, y el gobierno local piensa tomar las medidas que ignoró el 19 de junio. Pero ya el daño está hecho y las consecuencias son irreversibles.

Entre tanto, el milagro Medellín se desmorona o aparece como lo que realmente era: un milagro mediático. Ahora el crecimiento del Covid-19 empieza a ser alarmante, aunque el gobierno local prefiere mantener la imagen de que hace un control muy inteligente. Mientras en los dos primeros meses, la cifra de infectados alcanzaba apenas a 340 personas, a finales de junio esta cifra se alcanzaba en tres días, y a principio de julio ya el promedio diario de contagio superaba los 120.

En la mañana del 29 de junio, según señala el médico Jorge Iván Posada, representante de los profesionales en la junta directiva de Metrosalud, ya había una ocupación del 65% de las camas UCI en la ciudad. Esto sin contar con una gran cantidad de pacientes hospitalizados en cuidados intensivos, sospechosos de Covid-19. Además, según explica el doctor Posada,aún existen en nuestra ciudad dificultades para la realización de pruebas a los pacientes que consultan a las líneas habilitadas por la Alcaldía para su atención, con demoras hasta de 72 horas para la toma de muestras, según la EPS, y cuyo reporte del resultado puede tardar entre 48 y 72 horas, lo que se traduce en un subregistro considerable”.

Con esta dinámica del virus en la ciudad, el doctor Posada prevé para las próximas semanas una saturación de los servicios de hospitalización en cuidados intensivos. Por ello pide, junto con la Asociación de Médicos de Antioquia, que las autoridades de la ciudad y del departamento decreten una nueva cuarentena estricta, para evitar la propagación acelerada del contagio, y acompañen dicha medida con políticas de asistencia social. El panorama, sin embargo, no se muestra muy favorable para que el gobierno de Quintero asuma este pedido; sin embargo, es absolutamente necesaria la presión social para que deje de darle a la pandemia un tratamiento publicitario, mientras aúpa a la clase media a salir a comprar y obliga a los más pobres a rebuscarse la vida en las calles, asumiendo por cuenta propia todos los riesgos.

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