Viaje a la Venezuela bolivariana

Por Álvaro Lopera

Estuvimos 15 días en Venezuela y participamos en varias jornadas académicas y también en actividades sociales que permitieran vivir, en un brochazo de tiempo, el actual estado de cosas. Y es que la desinformación que pulula en las redes y los medios de comunicación impide, desde la lejanía, apreciar con objetividad la verdad de lo que allí acontece.

Salimos del aeropuerto José María Córdova a las 6:30 pm, el sábado 29 de febrero, después de sortear un viaje por carretera lleno de obstáculos y una migración militarizada. Hicimos escala en Panamá, porque no hay vuelos directos a Venezuela. Aterrizamos en el aeropuerto de Maiquetía, Estado de La Guaira, a las 2:30 am, hora local. De allí nos desplazamos al sitio de concentración en el barrio Caricuao, el INCES -una institución educativa tipo SENA-, donde permanecimos alojados una semana con el resto de compañeros.

Las primeras impresiones

El curso empezó el 2 y se prolongó hasta el 8 de marzo. El 1 nos dedicamos a recorrer los alrededores y a esperar a los compañeros que viajaban en bus y que demoraron cerca de 48 horas, pues en Cúcuta hicieron una escala de 12 horas.

La primera vista tras salir del INCES fue un edificio viejo deteriorado, construido en tiempos de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Como este hay cientos en Caracas que le dieron en los años 50 una imagen urbanística de exportación. Encontramos, tras caminar doscientos metros, un mercadillo con todo tipo de frutas y verduras, así como almacenes atiborrados de mercancías.

Fotos: Álvaro Lopera

Cargábamos la idea vendida del desabastecimiento, pero el comercio apreciado en este primer día lo vimos replicado mientras caminábamos en Altamira, el bastión de la derecha, en Petare, por el centro de Caracas y por donde pasáramos. Lo que sí llamaba inmediatamente la atención era el precio particularmente alto en bolívares soberanos.

Mercadillo

En las caminatas expectantes que hicimos durante toda la semana, no apreciamos esa mendicidad desesperante de ciudades como Bogotá y Medellín. Tampoco apreciamos niños o ancianos en situación de extrema pobreza. El paisaje siempre lo encontramos limpio de turbideces extremas.

Fuimos a la estación del metro más cercana e ingresamos sin pago alguno; por dificultades relacionadas principalmente por la falta de repuestos del metro, bloqueados por orden norteamericana, y por la falta de mantenimiento, la caída temporal de la energía eléctrica y un largo etcétera logístico, las demoras son sustanciales. Pero la gente espera pacientemente, no hay protestas, más bien un acomodo a la realidad que salta a la vista en medio del sopor producido por ese calor seco de marzo.

Ventas al detal

Ventas al detal

El barrio se ve organizado; ni las basuras ni el desorden hacen de las suyas. Esa visión del venezolano perezoso que nos han vendido tradicionalmente, y que se relaciona con la facilidad con que se extrae y se vende el petróleo, no la percibí en las caminatas; observé a cientos de personas entronizadas en su quehacer económico y cotidiano. En las distintas conferencias y lecturas dadas en el III Curso de Verano realizado en la Universidad Experimental de Caracas, se aclaró suficientemente este mito.

Un barrio normal, parecido a lo que denominamos en Colombia estrato 3, fue lo que nos encontramos en el primer acercamiento. No sentimos rechazo ni admiración alguna por ser colombianos; éramos, como nos dijeron muchas veces, hermanos de la patria grande. Y eso lo reflejaba cada persona cuando por cualquier motivo entrábamos en contacto con ellos.

Inicio y desarrollo del curso

Viajamos diariamente en una buseta los 18 colombianos para evitar dispersiones innecesarias. El primer día, a primera hora, nos sentamos en el comedor de la Universidad y ante nuestros ojos se presentó lo que es el desayuno que el gobierno, con sus pocos recursos, ofrece a la comunidad estudiantil: una arepa caliente, gruesa y pequeña, con azúcar en la parte superior. Nos miramos extrañados y al fin entendimos que ese bloqueo es una realidad que agobia tanto al estudiantado como a toda la población venezolana. Al día siguiente el desayuno contaba con todas las proteínas y vitaminas que de él se puede esperar.

En tres mañanas exhaustivas nos explicaron los asuntos relacionados con la defensa del país, la cual se da sobre la base no solo de la avanzada tecnología comprada a Rusia y a China y la doctrina militar bolivariana, sino sobre el fundamental lazo que existe entre el pueblo y la fuerza armada. También aprendimos a sopesar lo que significa la guerra económica con una punta de lanza mortal como el ataque a la moneda, la cual en términos generales ha tenido una devaluación, en los últimos 7 años, de 95.000 millones por ciento. A los billetes, hace unos años, se les quitó cinco ceros, cuando el desabastecimiento parecía que le ganaba la carrera al gobierno.

Pasqualina Curcio, economista e investigadora, derruyó con su exposición y su libro ‘La economía venezolana, Cuentos y verdades’ los mitos tradicionales de la economía del vecino país y nos dio luces sobre las bases de la guerra económica que libra el imperialismo mundial contra Venezuela. Explicó cómo desde 1920 a la fecha el PIB venezolano ha crecido 140 veces, cuando el PIB norteamericano solo 50 veces; y lo mejor, la renta petrolera solo ha representado el 40% de este, lo que significa que el 60% del PIB ha sido resultado del trabajo del pueblo venezolano.

Ahora, el libre flujo del dólar en el comercio de Venezuela –todas las mercancías se venden en dólares- hacen sentir la economía como si estuviera dolarizada. El cambio, que conocimos saliendo de Venezuela, es de 80.000 bolívares soberanos por dólar cuando el salario mínimo es cercano a 300 mil bolívares. Esto, desde el punto de vista económico, hace difícil que la carrera contra el dólar sea ganada y que no haya empobrecimiento de la población; a lo anterior se suma el nivel de flujo de la moneda local que es controlado desde el banco central para evitar, como dice la receta monetarista, la inflación y para intentar detener las acciones coordinadas que secuestran el cono monetario venezolano, trayéndolo para Colombia o para Brasil, y quemándolo, como parte de la guerra económica. Esta lucha sin cuartel contra el bolívar también la impulsa un portal norteamericano, Dólar Today, el cual desinforma ampliamente sobre el cambio. La moneda tiene muchos frentes de ataque y todos son muy eficaces.

También nos explicaron, grosso modo, lo que se quiere hacer con la moneda virtual, el petro, la cual está respaldada por el petróleo (1 barril soporta a un petro). Se quiere poner en circulación este nuevo cono monetario virtual soportado con la riqueza petrolera, para efectos de ir saliendo, paso a paso, de la emboscada financiera del dólar. Para ello las exportaciones podrían ser pagadas por otro país con esta criptomoneda y cualquier persona puede acceder a ella con la billetera virtual que la acompaña, tal como se hace con el bitcoin. El bloqueo enorme también es financiero, y lo que se quiere, en últimas, es burlar el sistema SWIFT capitalista, el mismo que maneja todas las transacciones financieras y comerciales con base en el dólar, que sigue siendo la divisa que atiende el 80% del mercado mundial.

La cotidianidad

Salíamos de los eventos académicos y procedíamos a recorrer Caracas con una agenda social y con los ojos puestos en todos los recovecos citadinos: calles, comercio, restaurantes, transporte, sitios históricos, culturales, etc. Caminamos por el centro y la periferia, estuvimos en el Cuartel de la Montaña donde fue “sembrado” el presidente Chávez. Intercambiamos experiencias con dirigentes sociales de la parroquia (barrio) 23 de Enero, de donde son originarias las famosas brigadas de motociclistas, las mismas que son presentadas en nuestro medio como “paramilitares al servicio del gobierno chavista”. Llegando allí nos encontramos con una miliciana de la tercera edad que cuidaba una especie de altar en donde la figura de Chávez resaltaba; en medio de ella unas cuantas oraciones en donde el agradecimiento por su obra era el epicentro de los mensajes.

Centro de Carácas

Centro de Caracas

Y es que las personas que militan en las milicias cumplen con la visión de Chávez que llamaba a participar a todo el pueblo en el cumplimiento de la defensa de la nación, siempre y cuando contara con buena salud y tuviera la voluntad para estar allí. No importa la edad.

Miliciana

Miliciana

Vimos también una marcha de la derecha en donde denunciaban la situación de los “presos políticos” y pedían libertad para ellos. Nada del otro mundo. Pequeña como casi todos los plantones nuestros en el centro de la ciudad.

La vida se desarrolla con entera tranquilidad. La derecha protesta –sobre todo en el barrio Altamira- con el respectivo show publicitario dirigido a la prensa internacional. No nos tocó vivir un apagón eléctrico, pero sí parece que es usual; el suministro de agua tiene problemas, tanto por la falta de mantenimiento de miles de kilómetros de acueducto, como por el problema de la energía eléctrica que, al faltar, deja sin posibilidad de bombear agua a los edificios y sitios geográficos altos.

La compañera Guadalupe, que es la directora de la emisora 94.2 FM del barrio 23 de Enero, asegura que el bloqueo ha afectado principalmente a la mujer venezolana, porque sobre ella se descargan demasiadas obligaciones cotidianas. Se quejó de la falta de medicinas y de cómo el bloqueo ha afectado seriamente la salud de la población. Aseguró que viven preparados autónomamente para intentar salir adelante tanto en la organización social como en la organización productiva. Se quejó de problemas burocráticos y algunos de corrupción para llevar a efecto las tareas fundamentales de la convivencia y de la producción alimentaria urbana, sin dejar de reconocer que eso se puede superar con base en la voluntad del pueblo y en los hombres y mujeres revolucionarias, que son bastantes, y que también laboran en el gobierno bolivariano.

Parroquia 23 de Enero

Parroquia 23 de Enero

En Venezuela se vive en cámara lenta. La economía se desenvuelve con cierta atrofia, producto de la falta de recursos y divisas. La producción petrolera ha disminuido bastante. El transporte público sufre también la falta de repuestos y nuevos equipos, y el pasaje, en términos generales, es alto: cuesta 10.000 bolívares, algo similar al pago de un día de salario, lo cual es contrarrestado, en cierta medida, con los buses rojos, de muy bajo precio y sin costo para la tercera edad. La comida en los restaurantes es prohibitiva, pues un plato normal puede valer 6 dólares. Aun así, se vislumbra la esperanza con el despliegue de la agricultura en cuatro Estados y el nacimiento del ministerio de agricultura urbana, dos estrategias que espera ampliarse hasta alcanzar la soberanía alimentaria.

El regreso a Colombia

Cuando retornamos de islas Margarita nos instalamos en un hotel sencillo, al pie de la playa, en el Estado de La Guaira. En este hotel tres estrellas de doce dólares el día, encontramos lo necesario para dormir y bañarnos, pues el agua no faltó. La playa, limpia, llena de hombres y mujeres, se divide en zonas de pequeñas bahías empedradas, lo que hace que cada rincón sea intimista, como si él hubiera sido dispuesto para un determinado número de personas.

Es un espacio dispuesto naturalmente para ser disfrutado por personas que no tienen prisa y quieren gozar con el dios baco o tienen un buen sentido sibarita. Allí, en medio del disfrute, nos tocó vivir, el 13 de marzo, las medidas draconianas tomadas contra el coronavirus que lanzó el gobierno: cierre de establecimientos de diversión, cafeterías, restaurantes. Sentimos una especie de congelamiento de actividades colectivas basadas en el alcohol. El motivo: intentar detener la pandemia en las puertas de Venezuela, país que es visitado aún por innumerables turistas.

Bahia la Guaira

Bahía-La Guaira

Al día siguiente viajaríamos a Colombia en un periplo sin dificultades, pero sí sometidos al rigor del tapabocas en el aeropuerto de Maiquetía. Allí debíamos presentarnos con dicho protector, so pena de no ser atendidos. Posteriormente, en horas, Venezuela cerraría el acceso de aviones a sus aeropuertos. Cuando llegamos a Panamá, por el contrario, no existían medidas preventivas en el aeropuerto, y en el de Medellín, menos aún. Simplemente nos hicieron firmar un cuestionario en donde preguntaban si habíamos estado en algún país que ya tenía en su haber la pandemia. Ni siquiera la temperatura corporal nos fue examinada.

Venezuela, en este momento, es uno de los países con menos número de infectados. El presidente de Colombia, dos semanas después de nuestra llegada, todavía autorizaba arribo de aviones de pasajeros, y los controles seguían siendo inexistentes.

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