Cabalgatas y poder simbólico en Villavicencio

Por José Abelardo Díaz Jaramillo

Foto: llanosietedias.com

En días recientes, el alcalde de Villavicencio suspendió las cabalgatas en la ciudad, afirmando que hace tiempo dejaron de ser “una representación cultural de lo que somos”, para convertirse en sinónimo de desorden y caos vehicular. “Hagamos un análisis profundo y un debate, de si la ciudad está dispuesta a soportar el desorden y el caos vehicular que genera este tipo de prácticas, o, por el contrario, lo replanteamos en algo más cultural”, señaló el mandatario. La suspensión de la cabalgata en la capital metense entra en sintonía con lo que ha ocurrido en otros lugares del país. En la última década, ciudades como Medellín, Cali, Armenia, Bucaramanga, Pereira, Jamundí y Buga, han eliminado las cabalgatas de las ferias, debido a accidentes ocasionados por abuso de licor y maltrato animal. En el caso de la capital del departamento del Meta, si bien se han presentado hechos similares, lo distintivo radica en la invitación que se hace a pensar la identidad cultural que se asocia a las cabalgatas. En este texto argumento que la cabalgata, antes que ser un evento identitario o cultural, es un ritual que recrea un sistema de valores atado a un símbolo arcaico -el caballo como símbolo de poder-, propio de una época premoderna.

Cabalgata: poder y simbología

Todo acto público, así se reclame cultural, trátese de una procesión (religiosa o secular), un desfile (cívico o de reinas, por ejemplo), un carnaval (como el de Blancos y Negros de Pasto) o, en el caso que nos ocupa, una cabalgata, es un acto político, es decir, un acto que porta mensajes -a veces difíciles de percibir a simple vista- que refuerzan, legitiman o cuestionan formas de poder y dominación. Refiriéndose a las procesiones religiosas en Montpellier en el siglo XIX, Robert Darnton, un reconocido historiador contemporáneo, destacó cómo aquellas tenían el propósito de «ordenar la realidad», haciendo que el espectador divisara la «esencia de la sociedad» en “sus más importantes qualités y dignités”, siendo la calidad una condición derivada no de la inteligencia o capacidad de que eran poseedoras las personas, sino del rango o puesto corporativo que ocupaban.

Quienes han reflexionado acerca de las relaciones entre lo político y lo simbólico, han destacado que estas son más fuertes de lo que se cree. Actos como los rituales o ceremonias operan como dispositivos que producen efectos en todo sistema de poder: tienen el propósito de reforzar o legitimar un orden (posiciones, representaciones y roles) que se asumen como necesario para el funcionamiento de la sociedad. Al informar y enfatizar qué posición debe ocupar un individuo, posibilitando así la reproducción de una estructura de dominación, el ritual o ceremonia manifiesta su eficacia simbólica.

En ese orden de ideas, las cabalgatas son mucho más que un simple acto cultural o manifestación de una tradición: son dispositivos que tienden a naturalizar – es decir, hacer ver como legítimo y sagrado- un orden social jerárquico y clasista, marcado por expresiones como el arribismo y la simulación. Las cabalgatas refuerzan el imaginario que ciertos sectores de la población tienen y promueven de la estructura social: ricos y pobres, dominantes y dominados, superiores e inferiores; en últimas, un «Ellos» y un «Nosotros». Basta ver, por ejemplo, cómo es la morfología de una cabalgata: quiénes ocupan los puestos de avanzada; qué poderes representan; quiénes montan los mejores caballos, etc.

El cabalgar se puede entender como una metáfora de una antigua fórmula del dominio que, en el caso colombiano, recrea una estructura socioeconómica (hacienda), que mutó de la época colonial a la vida republicana y que, en su componente mental y cultural, se niega a desaparecer. Expresiones de esa mentalidad hacendataria son ‘valores masculinos’ como el honor, la fuerza y la soberbia, que se entrecruzaron con factores culturales y dieron origen o fortalecieron, en muchos casos, prácticas como el gamonalismo e incluso guerras civiles. Es difícil pensar el caballo sin asociar su figura al poder en Colombia, que aparece ligado a su vez -casi siempre- al sector terrateniente y a esa burguesía emergente que surgió de la mano del narcotráfico y el paramilitarismo.

Juntos, tierra y caballo, representan un factor de poder en Colombia. Figuras visibles del narcotráfico y reconocidos políticos han mostrado una pasión desbordada por los caballos. No significa necesariamente que quienes participan en una cabalgata sean miembros de esa burguesía emergente o que pertenezcan a grupos ilegales. De hecho, muchos de quienes lo hacen no tienen una real vinculación con la vida rural, no poseen tierras y ni siquiera son propietarios de los caballos que montan. Sin embargo, al hacer parte de esa «dramaturgia política», como lo es la cabalgata, reproducen el modelo sociocultural premoderno que aquella encarna.

Pensar la identidad

Las cabalgatas son un eco nostálgico de una época que ha sido superada o está en vías de serlo, por los efectos de dinámicas como la globalización económica. Qué tanto ha cambiado el espacio rural del departamento del Meta -y de los llanos orientales de Colombia- como resultado de la expansión de la lógica económica y cultural capitalista, es una pregunta que se debe formular al momento de pensar aspectos como la identidad cultural. No debe asumirse como un hecho incontrovertible que la cabalgata es un elemento identitario de la ciudad, y menos cuando hace rato Villavicencio dejó de ser ese villorrio que limitaba de forma imprecisa con lo rural. Además, quienes habitan hoy la ciudad – muchas personas residentes han nacido en otros lugares- han crecido en otro modelo urbano, uno que está sintonizado con lo global, y en el que poco peso tiene lo agrario o rural.

En lugar de las cabalgatas, excluyentes y agresivas, simbólicamente hablando -como el reinado nacional de belleza, otra “institución sagrada”, por fortuna en vías de desaparición-, deberían ensayarse dinámicas que involucren de forma activa a la ciudadanía y permitan cuestionar valores, instituciones y/o figuras públicas, desde códigos provenientes del arte y la cultura. Por ejemplo, qué bien le haría a Villavicencio disponer de un carnaval, como existe en otras ciudades del país, desde o en el cual la ciudadanía pueda hacer catarsis colectiva y desafíe, desde lo simbólico, estructuras y prácticas políticas y mentales que resultan obsoletas o perjudiciales para el colectivo social.

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