Por Andrés Álvarez

La estrategia para llegar al Caracol
Lo único que tenía claro al llegar a San Cristóbal de las Casas, estado de Chiapas, Sur de México, era que quería conocer de primera mano un Caracol zapatista. Había indagado un poco en un blog de un par de viajeros argentinos sobre cómo llegar a Oventik, el más cercano desde la segunda ciudad chiapaneca.
Era el 2 de enero del presente año y había llegado la noche anterior desde Palenque. Temprano en la mañana comencé a buscar lugares donde pudiera obtener alguna información que ampliara el escaso panorama que tenía sobre el lugar al que quería llegar, teniendo en cuenta que la intención era realizar la visita al siguiente día.
Caminando por el andador Guadalupe, la calle más turística y transitada de San Cristóbal, entre almacenes, bares y cafeterías, hallé por azar un pequeño almacén llamado la Sagrada Paz, dedicado a la venta de postales, stickers y otros suvenires producidos por las comunidades zapatistas. Algo temeroso, y quizá por la prevención sobre el carácter insurgente del zapatismo, pensé que debía abordar por las ramas a la vendedora del lugar y después de preguntar por los artículos y sus precios, traté de averiguar cómo llegar al lugar deseado.

Tal vez porque era nueva en su puesto, quizá por cuestiones de seguridad o por ambas razones, me dijo que averiguara en el restaurante Tierra Nueva, que allí era más factible obtener información. Decidí esperar a la hora del almuerzo para tener una excusa y preguntar con más propiedad. Una vez allí, almorcé en el inmenso salón decorado con fotos de gran formato de indígenas zapatistas, hombres y mujeres, algunos con paliacates (pañoleta típica mexicana), otros en su cotidianidad. Se trataba de un sitio ambientado con la causa indígena.
Terminado el almuerzo le pregunté al administrador sobre el lugar, y muy amablemente me explicó que el espíritu del trabajo del centro cultural busca rescatar las ideas indigenistas y que la mayoría de los empleados son del primer municipio autónomo de influencia zapatista, Ricardo Flórez Magón, donde en 1998 el ejército mexicano irrumpió en Taniperla (Cabecera Municipal del Municipio), deteniendo a 20 personas y ametrallando el mural Vida y sueños de la cañada Perla. Luego de su destrucción, este mural se convertiría en un símbolo de solidaridad internacional, pues fue reproducido en más de 30 lugares en el mundo.
Al término de la conversación, el entrevistado me remitió al pequeño local de artículos Zapatistas de Oventik, Naichel (Casa de piedra en Maya tzeltal), ubicado en el mismo restaurante, por fin un indicio claro. La estrategia fue la misma que en La Sagrada Paz, solo que en esta ocasión conté con la suerte que Mery, la administradora, era más elocuente y más interesada en mostrar el proyecto de la corporación que lidera, nacida en 2005 como cooperativa de mujeres indígenas para generar confianza en las mujeres zapatistas estigmatizadas, incluso por los mismos indígenas. Al finalizar la conversación, una de las vendedoras del almacén me indicó que en el mercado podría tomar el colectivo para llegar al Caracol.
Con la ruta clara, me levanté temprano con dirección al mercado. Cientos de mujeres indígenas, con sus faldas, conversaciones en tzelsal, tejidos en construcción, fríjoles, calabazas, aguacates, maíz, todo en el escenario de antiguas casas coloniales como el patronímico de la ciudad con paredes grafiteadas con poemas y denuncias políticas en contra de bandas paramilitares. Una vez en el colectivo, hubo que esperar media hora para que se llenara. Tres mujeres mayas, dos niños, el conductor que siempre respondía con: ¿mande? y el extranjero colombiano desubicado preguntando por distancias, lugares y a qué horas arrancaba.
Dos mil doscientos metros de altura. Mujeres cardando lana a orillas de carretera, ovejas, maíz, pequeños bosques, mucho maíz y luego más maíz. Comencé a hablar más detenidamente con el conductor, pues las mujeres se habían bajado en el camino. A pesar de ser de la zona y ser indígena, este me dio a entender que indígena chiapaneco no es sinónimo de zapatista, que los había evangélicos, católicos como él, y muchos que no estaban en el zapatismo, ni hacían parte de los caracoles.
Después de hora y media de viaje, a orillas de carretera, el colectivo se detuvo al lado de un caserío colorido lleno de avisos: está usted en Territorio Zapatista en Rebeldía. Aquí manda el pueblo y el gobierno obedece. Para todos todo, nada para nosotros. Corazón céntrico de los zapatistas delante del Mundo. Se trataba de Oventik, municipio de San Andrés Sacamch’en de los Pobres.
En una especie de cubículo de piedra con techo de zinc, como atrincherado, medio adormilado, el centinela de capucha. En el portón principal del caracol un joven cubierto con paliacate, tabla en mano; afuera, 3 japoneses, dos españolas, seis italianas y un colombiano. Cada uno de nosotros llenó un formato que indagaba por el nombre, la nacionalidad y la organización. Luego de esto no se nos dijo nada más, pero quedó claro que había que esperar una suerte de llamado.

En orden de llegada entraron primero las italianas, una hora después entramos las españolas, los japoneses y yo; nuestro acompañante, un joven con pasamontañas con el número 2 tejido en la frente, jeans y botas tejanas de manufactura local. Su única recomendación fue no tomar fotos a las personas; de esto se cercioró todo el tiempo que duró la visita, pues, aunque hablaba lo mínimo, miraba cada cosa que hacíamos dentro del caracol.
Todas las construcciones, a lado y lado de una pendiente calle de cemento, algunas de madera, otras de cemento, pintadas coloridamente con imágenes de Emiliano Zapata; mujeres con niño y fusil al hombro, murales de solidaridad con otros pueblos, imágenes del Ché y frases contundentes como: “este es mi pueblo, raza de gente valiente que con una piedra derrumba castillos”.
El centro de salud con su ambulancia, y contiguo a este el centro de medicina ancestral. La casa de mujeres, tejiendo, sentadas en el piso, otras de adentro llevando una especie de contabilidad, posiblemente de las ventas, todas sin pasamontañas. Y Número Dos, vigilante para que no usara mi cámara.
Más abajo la escuela multicolor, aulas de ventanas sin vidrios. En uno de los salones una fábrica de velas de la guadalupana, quizá como una especie de proyecto productivo escolar. Varios intentos de conversación con Numero Dos, varios monosílabos para despistar.
Después de media hora, sentado al lado de nuestro guardián de turno, me fue contando que Galeano, como ahora se le llama al subcomandante Marcos, ha estado en el Caracol, que recorre las montañas a caballo o a pié, que él lo ha visto y que es muy amable, otras pocas palabras y un nuevo silencio centinela.
Tres horas de fotografías y nos fuimos acercando al portón, al tiempo que del salón comunal salían dos mujeres, dos hombres adultos y dos jóvenes, todos vestidos un tanto elegantes a la usanza campesina del lugar. Afuera los esperaban, desde la mañana, dos automóviles que abordaron de una manera solemne con cierta aura de importantes. El señor de la tienda de afuera del caracol me dijo que eran de la junta de gobierno de este.
¿Qué son los Caracoles?

De acuerdo con el Blog Elefantes en Bicicleta, un Caracol zapatista no es lo mismo que un municipio rebelde zapatista. Los Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas (MAREZ) se coordinan mediante Consejos Autónomos y promueven la educación y la salud en sus territorios, tratan de solucionar los conflictos de tierras, trabajo y comercio, los asuntos de vivienda y alimentación, y promueven la cultura (lengua y tradiciones indígenas), además de administrar justicia.
Según el blog citado, los Caracoles, por su parte, son centros donde se organiza y coordina un conjunto de Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas de una misma región. Esta coordinación es entre comunidades y de estas con el EZLN, además de manejar las relaciones con el exterior.
La gestión de los Caracoles se hace a través de las Juntas de Buen Gobierno (JBG), formadas por los representantes de los Municipios Autónomos Zapatistas. Sus miembros son rotativos, reemplazables en todo momento y cumplen el principio zapatista de «mandar obedeciendo». Actualmente, los caracoles son 5, formados por 43 municipios autónomos (36% de los 117 municipios del estado de Chiapas) y gestionados por las Juntas de Buen Gobierno, que funcionan de forma autónoma y totalmente desvinculada del gobierno mexicano.
Según las palabras del subcomandante Marcos, los Caracoles son: “una pequeña parte del portal de ese mundo al que aspiramos, hecho de muchos mundos. Son como puertas para entrarse a las comunidades y para que las comunidades salgan; como ventanas para vernos dentro y para que veamos fuera; como altavoces para sacar lejos nuestra palabra y para escuchar la del que lejos está. Pero sobre todo para recordarnos que debemos velar y estar pendientes de la cabalidad de los mundos que pueblan el mundo”.
La cara cubierta del Caracol colorido

San Cristóbal de las Casas no respira zapatismo. Los 2 o 3 centros culturales afines a la causa indígena, algunos restaurantes de propietarios de los municipios autónomos y quizá dos tiendas de suvenires de cooperativas zapatistas son pequeños portales a la realidad construida desde su toma, en 1994.
El pasamontaña, el paliacate, el silencio discreto de la mística zapatista está más vivo que nunca en el Chiapas indígena, en los municipios autónomos, en los caracoles. La espiral del Caracol, entonces, recoge la forma ancestral que las comunidades indígenas reconocen como el origen, la espiral es forma del devenir de la historia y la continuidad de la lucha indígena por construir la propia. Esta sigue y en Oventik se respira el color de la resistencia libertaria, lenta, sostenida en el tiempo con la claridad de que la construcción de poder se hace con la casa al hombro.