“Quien lo vive es quien lo goza”

Por Anyela Heredia

Así reza uno de los slogans más conocidos del famoso carnaval de Barranquilla que se celebra hace más de un siglo. A pesar de los altos costos de los desfiles y algunos eventos propios del carnaval, el pueblo llano derrocha alegría y algarabía durante meses.

No se tienen registros exactos de cuando empezó a celebrarse el carnaval, pero se sabe con certeza que el primer desfile de la batalla de flores se llevó a cabo hace 116 años. “Lamentablemente el carnaval ya no es lo mismo -afirma Ricardo, bailarín de la comparsa del Circulo de Periodistas de Barranquilla durante más de 23 años-, pues le han venido robando el carnaval al pueblo barranquillero”.  Con ello, Ricardo hace alusión al manejo privatizador que las empresas encargadas de su organización le vienen dando al carnaval desde hace algunos años.

Ya en 2008 se hablaba de que al cobrar por eventos callejeros que deberían ser gratuitos, la empresa Carnaval S.A. vulneraba el derecho colectivo a gozar del espacio público. Hoy no se trata solo de cobrar la entrada a los eventos centrales con el argumento que de lo contrario “habría mucho desorden”, sino de que los precios son inaccesibles para la gran mayoría de la población. Para ello también poner unas gigantescas vallas para que la gente del común no pueda atisbar, ni siquiera de lejos, los desfiles principales de la Batalla de flores, la Gran parada de la tradición y de las comparsas, sábado, domingo y lunes respectivamente.

Hoy una entrada que cuesta 300.000 pesos incluye los tres desfiles, pero no hay forma de pagar menos por ver uno solo, excepto buscando boletas revendidas el mismo día, cuyos precios oscilan entre 100 y 300 mil pesos, dependiendo de si eres local, turista o extranjero y sin ninguna garantía, pues muchas de esas boletas resultan falsas y al final nadie te responde por el dinero que pagaste.

La niña Erminda, a sus 90 años cuenta que conoció el carnaval en la década de los 50 y desde entonces se lo gozó con sus hijos durante años y “nunca tuvo que pagar”, enfatiza. Barranquilla es un pueblo elitista, dice, y siempre hubo eventos para ricos (los bailes en los hoteles y clubes sociales, por ejemplo) pero los desfiles, esos eran espacios en donde convergían todas las clases sociales.

Cada miércoles de ceniza marca el fin del carnaval y el comienzo de la espera para que vuelva a llegar ese mágico momento en que las calles arenosas de Barranquilla se llenen de gente, colores y algarabía y hay quienes se preparan todo el año para participar de la fiesta. Son alrededor de 300 grupos los que participan en los desfiles centrales y para ello hay que ganarse un lugar como bailarín. Todos, sin distinción de edad ni abolengo, pueden participar, pero lo que sí se necesita es constancia, mucho carisma y capacidad para resistir, bailando y siempre con una sonrisa, las cuatro o seis horas que dura un desfile a 40 grados bajo el sol.

Por eso quien lo vive es quien lo goza, reafirma Ricardo y resalta que hacer parte de una comparsa y participar en el desfile de la batalla de flores, uno de los más largos y agotadores, es un honor para cualquier bailarín del folclor costeño y este se adquiere invirtiendo tiempo y dinero. Practican todo el año, preparan meticulosamente sus vestuarios y buscan los patrocinios necesarios para que no todo tenga que salir de su bolsillo, porque la organización del carnaval les aporta muy poco o nada. “Imaginate, el año pasado nos dieron un millón de pesos para 70 personas y el solo tocado que llevan las mujeres en la cabeza puede costar entre 70 y 80 mil pesos”.

No obstante, para los bailarines, en su mayoría gente de los barrios populares, lo importante es que no se pierda la tradición porque saben que, para muchos, el carnaval es la única época de desfogue, la única alegría en medio de mucha pobreza y vicisitudes y pese a la situación de injusticia que representa siguen dispuestos a salir año tras año, sin ánimo de competencia, a ofrecer un espectáculo sin igual. Lo más duro, relatan, es haber perdido el contacto con su público, pues sus familias y vecinos no pueden ir a verlos y los palcos están llenos de turistas colombianos y extranjeros que aplauden, pero no bailan, no se abrazan ni pueden tirar maicena y agua como antes.

En los barrios la cosa es a otro precio, las casas se adornan con motivos de carnaval y la fiesta en las calles se vive y se siente los cuatro días seguidos. El carnaval es inherente a los barranquilleros y por eso las empresas han tenido que garantizar otros desfiles y espacios gratuitos para que la gente de a pie pueda festejar. Así que paralelo al tradicional desfile de la vía 40, el privatizado, están otros, a donde no van las carrozas cargadas de gente famosa, pero participan igual comparsas y disfraces llenos de color y de ironía (esta última es también una característica inherente al carnaval, que ya no se observa en los otros desfiles). Desde hace dos años se organiza también el espacio de Baila la calle en el tradicional Barrio abajo, en pleno centro de la ciudad, allí de viernes a domingo, por 10 mil pesos te dan dos cervezas y te ofrecen horas y horas de música y presentaciones en vivo donde se puede experimentar sanamente el carnaval en todo su esplendor. De igual forma, así como hay conciertos por los que se paga, permanece sin costo el festival de orquestas de los lunes en la plaza de la paz. Así que si lo que buscas no es farándula sino la tradición y la rumba genuina, la hospitalidad y el cariño de la gente de la arenosa, aún hay muchas formas de disfrutar en compañía de familias enteras engalanadas con sus mejores pintas carnavaleras bailando y cantando a ritmo de champeta, pulla, vallenato, bullerengue y muchos otros ritmos típicos para bailar y gozar.

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