Editorial No. 39: Vamos a sembrar de nuevo, una y otra vez

«Cosmovisión Maya»- Julián Coche Mendoza

En una sociedad que fuera dueña de su sano juicio, ningún país ahogado en problemas sociales, como Colombia, permanecería impávido ante la cruzada que libra su presidente por restablecer, supuestamente, la democracia en un país vecino. Él mismo estaría sometido a grandes exigencias y movilizaciones para que abandonara el poder ante su ineptitud o falta de voluntad para resolver los problemas fundamentales que aquejan a sus ciudadanos, hasta el punto de que no le quedarían tiempo ni energía para derrochar en otras causas. Ya el Congreso, o por lo menos la llamada bancada de los partidos alternativos, lo habría llamado varias veces a juicio por descuidar los asuntos de la casa y andar buscando camorra en el vecindario, sobre todo por estar comprando una guerra que nos podría costar caro y durar varios años, cuando su papel debiera ser resolver la guerra interna que él se empeña en desconocer. Pero eso no va a pasar en muchos años en Colombia, porque el nivel de conciencia de la sociedad se encuentra hoy en uno de los puntos históricos más bajos.

El bajo nivel de la conciencia social es realmente una enfermedad mundial. Se evidencia precisamente en la inteligencia cerril de los mandatarios de los países más poderosos, que han alcanzado millonarias votaciones con un discurso huérfano de argumentos y de propuestas concretas para resolver los problemas más urgentes de la humanidad hoy; y han alcanzado estas votaciones incluso a pesar de sus currículos públicos manchados de crímenes, trampas, cinismo y despotismos, como en el caso de Trump en Estados Unidos o de Uribe en Colombia. Y lo peor: aunque hayan hecho trampa electoral tienen realmente millones de seguidores que se juagarían la vida por ellos con una actitud tan cerril y pobre de argumentos como la ellos: porque realmente ahora está de moda maltratar a los débiles y reírse de ellos, robar y justificar el robo, matar y contratar abogados corruptos para la defensa. Todas estas son prácticas que hoy exhiben los poderosos como virtudes y que poco a poco se extienden como una moral particularmente legítima.

Justamente por eso, esperar cambios importantes a través de las estrategias electorales resulta ingenuo en este momento, porque la conciencia del pueblo está más cerca del crimen que de la nobleza, porque la dignidad ha sido empeñada en la casa de apuestas y porque el poder se pavonea cínicamente ofreciendo oro en vez de justicia. En varias décadas de profundización de las políticas neoliberales y empobrecimiento sistemático de la clase media, de destrucción del tejido social a partir de la tecnocracia y el ejercicio arbitrario del poder, amén de la criminalidad desatada por los mismos Estados, sobre todo en el mundo pobre, para reprimir la protesta y las exigencias de cambio social, las actitudes y prácticas fascistas han empezado a anidar de forma natural en el corazón de los individuos y en las instituciones que en otros tiempos podían pasar por respetables. A través de estas instituciones se legitima hoy la represión moral y desde los individuos moralmente incapacitados se legitiman, a través de las elecciones, esas instituciones. Es precisamente lo que pasará en Colombia con las elecciones regionales y locales que se realizarán este año, baste solo con mirar las alianzas que en algunos municipios hace el partido de los antiguos combatientes de las Farc con el Centro Democrático, o algunos sectores del Polo Democrático o de los Verdes con el uribismo, para darnos cuenta del momento que atravesamos.

Así las cosas, no parece quedar otra esperanza que la de reinventarnos, volver atrás y recuperar nuestros sueños originales, los valores que los animaron y se han ido pervirtiendo con el tiempo, las luchas de nuestros antepasados que les dieron dignidad y que algunos contemporáneos han reducido a la estrategia de alianzas por el poder para beneficio propio.  Esos valores y esas luchas fueron proyectados como faros en el tiempo para que alumbraran nuestro camino en momentos de oscuridad como este, y siguiendo la dirección del rayo de luz podemos recordar que el poder no se conquista ni se arrebata, sino que se construye, y que no es un poder para someter a otros sino una capacidad colectiva para hacer juntos. Por eso el poder del colectivo se alimenta, cuando es real, del amor, de la lucha y de la solidaridad, prácticas que tenemos que sembrar de nuevo en el corazón de los individuos e instalar en el seno de las instituciones.

La clave está en el trabajo del sembrador que riega diariamente sus plantas y las cuida con empeño; aunque su crecimiento sea imperceptible, nunca se desanima. Si la planta se muere porque sus raíces no han logrado aferrarse al suelo, el sembrador intenta de nuevo y en el proceso selecciona las mejores semillas y prueba con otros suelos diseminando la vida por todo el territorio, incluso en aquellos que parecen estériles. Allí su trabajo es transformar la calidad del suelo para que reciba la vida que le ha sido negada antes. Ese debería ser el trabajo de los movimientos sociales y populares hoy: sembrar de nuevo las semillas del amor y la solidaridad en las familias, para trasplantarlas luego a la escuela, al trabajo y a todos los escenarios de nuestra vida social. Finalmente, este trabajo permitiría transformar la calidad del suelo, la sociedad actual, donde debe germinar la nueva vida con un nuevo espíritu: el del colectivo sólido donde el individuo puede alcanzar de verdad su mayor despliegue material y espiritual, anclado siempre en valores y prácticas comunitarias aprendidas desde la casa y extendidas por todo el tejido social. En ese suelo social transformado por el poder popular es donde puede germinar y crecer muy alto la sana conciencia política, la misma que hará de la elección de gobernantes un asunto técnico y vigilará que su ejercicio responda siempre al bienestar colectivo sin ponerse nunca a disposición de intereses particulares, es decir, mandará obedeciendo.

«Tarmeñas de Tarde» Adriana Poveda

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