Por Álvaro Lopera

Llegaron 7 camionetas, 4 motos y un camión con fuerzas especiales antiterroristas del Ejército con muchas armas y coparon los espacios de la entrada y los alrededores. Eran más de 20 guardaespaldas, todos muy malencarados. No es una película de guerra, es solo la descripción de la entrada que hizo Álvaro Uribe el 29 de agosto a la universidad de La Salle de Caldas, Antioquia.
El preámbulo
Para ingresar ese día a la universidad, todas las personas se tenían que someter a una minuciosa requisa. Lo mismo se repitió en el ingreso al auditorio donde se daría la conferencia magistral. Nadie pudo hacer uso del baño durante esas dos largas horas y todo aquel que saliera no podía regresar. A muchos estudiantes sus profesores les ordenaron hacer un resumen con las ideas centrales del discurso del jefe del Centro Democrático.
En días anteriores, la administración de la universidad había invitado a los padres de familia y al estamento profesoral y estudiantil al debut que haría el expresidente Uribe con su presentación magistral del NO en el plebiscito. El auditorio estaba lleno de alumnos y apenas algunos padres de familia, pero no estaban todos los profesores. Las directivas estuvieron muy atentas.
El desarrollo de la «clase»
Esta vedette, con la voz de bostezo y la monotonía que lo caracterizan, se dispuso a pararse frente al atril de la tarima, mostrando su típica semiótica de mirada fija y cuerpo rígido para explicar las mil y una «razones» para votar NO el dos de octubre. La solemnidad que empleó intentaba acallar cualquier tipo de pregunta «necia, sin argumentos». Actuaba como un político sagaz, que se disponía, como siempre lo hace, a no dejar resquicios por donde se le pudiera colar alguna pregunta que pudiera poner en evidencia su superficialidad o la orfandad de sus ideas.
Reiteradamente decía NO y convocaba a ser muy cuidadosos con las palabras, como si con ello pudiera exorcizar el SÍ que se planteaba en alguna de las pocas pancartas que había en la sala. Por ratos, y como el personaje de un comic, salía con una risotada alegrándose por algo que dijo y que consideraba inteligente: «eso hay que subirlo a las redes sociales». En las filas estudiantiles no cundía propiamente la admiración; uno de los estudiantes afirmó después de haberse retirado Uribe de la sala: «No pude concentrarme mucho, pues el solo verlo y escucharlo me da risa».
Cuando alguien se disponía a hacerle alguna pregunta, lo primero que se le ocurría era tomar asiento. Recuperado de la sorpresa, extendía el brazo como un fusil, señalaba a quien había osado hacerlo y le respondía con sorna o con admiración, dependiendo de si era una crítica o una alabanza.
–¿Si gana el SÍ usted respetaría la voluntad del pueblo? –le preguntó un osado profesor.
–Sí, pero intentaríamos ganar las elecciones de 2018 para corregir lo malo del acuerdo, para evitar una segunda Venezuela y la impunidad total en nuestro país –contestó Uribe cínicamente.
La caída de la máscara
Luis, un estudiante que había demostrado su simpatía por «el diálogo como única salida para la paz» y porque «podemos hacer un país mejor», según el mismo afirmaba, le dijo a Uribe que no lo admiraba como persona pero sí su «capacidad de convencimiento». Le contó al auditorio su tragedia, en tanto le habían asesinado en Aguachica, Cesar, a su abuelo y a un tío, a su padre lo secuestraron, y sin aspavientos dijo: «sí, tengo cierto dolor por ciertas cosas que sucedieron en su mandato y yo creo que hoy le tenemos que dar fin a la guerra»; asimismo le mostró al expositor un cofre negro que simulaba un féretro, con una frase pintada de blanco que decía: ‘QEPD la guerra’, y esto porque «hoy se silenciaron los fusiles y quiero darle un abrazo de paz».
Uribe, que no sabía cómo conservar la compostura, le dijo con voz pausada que antes de permitirle que le abrazara, le dijera cuál era la queja sobre su mandato. Estaba controlando la ira.
Luis respondió con una voz un tanto quebrada:
–Usted, ustedes que viven en las ciudades, ustedes, ya que la Corporación Universitaria Lasallista está llena de ganaderos, de personas con mucho dinero, ustedes que pueden crear empresas, escuchen el clamor de las víctimas: ¡no más guerra en Colombia!
–Pero, una pregunta respetuosa, joven– le interrumpió Uribe parándose intempestivamente del asiento y poniéndose en posición de firme, con el micrófono a punta de tragárselo– ¿Cuál es la objeción profunda que tú tienes a mi gobierno?
–Son muchas – balbuceó el estudiante.
–¡Pero dame una, para poder defenderme! –en este instante el efecto de sus gotas homeopáticas estaba desapareciendo.
–Estar acá y decirle muchas cosas, no terminaría.
–¡Pero mencióname una, joven, una! – bajó los brazos rápidamente y dio un paso al lado. Había empezado a perder los estribos.
–Señor expresidente: cinco mil personas, cinco mil jóvenes que murieron, cerca de donde yo vivo, en el Catatumbo. Cinco mil jóvenes, falsos positivos.
Uribe volteó, tomó aire, retornó y empezó a explicar que él había castigado duramente los crímenes que hubo, que no fueron tantos. Que él había hecho lo suficiente, y más cosas que acostumbra decir y que buscan una justificación.
Luis, al final, le quiso entregar la cajita negra y sumarle el abrazo, el mismo que fue rechazado por Uribe, con una frase y una actitud que reflejaba cierto fastidio: “joven, si va a venir a entregar eso o a darme un abrazo, eso no lo hagamos joven querido, no lo hagamos, yo prefiero no hacerlo; ya te respondí con argumentos y además muy respetuosos”.
La partida
Se bajó de la tarima, le dio la mano a quienes en posición de admiración se la extendían, impidiendo sus guardaespaldas que alguien se acercara, como si todos fueran leprosos. Salió despedido como alma que lleva el diablo, y no quiso tomarse una foto con nadie.
Recogió a sus hombres, se subieron a los carros, y raudos desaparecieron.